Por Eva Llergo

Tras seis años de silencio tras el estreno de El recuerdo de Marnie, Studio Ghibli vuelve a las pantallas para, además, dar el salto a la animación por ordenador. Algo que produce cierta perplejidad en nuestros pequeños espectadores que, en cuanto comienza la película, afirman: “Mamá, te has equivocado. Esta no es de Studio Ghibli” (menos mal que la omnipresente figura de Totoro en los créditos acaba por darme la razón). Pero les entiendo. Hay algo triste y antiidentitario en la pérdida de la languidez y romanticismo de sus antiguos dibujos hechos a mano. De pronto una descubre que ese anclaje en el pasado quizás no debería haberse perdido porque con su abandono hay algo de la esencia de Studio Ghibli que también parece esfufarse. Al menos a priori durante los primeros minutos de la película.

Earwig y la bruja narra las aventuras de una huérfana que vive a sus anchas en un internado y que un día es adoptada por una extraña pareja mal avenida (ella bruja “a domicilio”, él una especie de demonio que vive encerrado en su cuarto tocando el órgano con ritmos de los 70). La llegada a su hogar de la divergente e inclasificable Earwig (que a ratos nos recuerda a la también indomable Pippi) trastoca todos los planes de la casa. Y es que el talento natural de Earwig es darle la vuelta a la tortilla y acabar haciendo que hasta los que deberían ser sus más fieros enemigos la acaben adorando. 

Si en el cambio a la digitalización Ghibli pierde algo de su esencia, no así en la elección de sus tramas narrativas. De hecho, la película que nos ocupa es una adaptación de la novela homónima de Diana Wynne Jones autora también de otro éxito de Studio Ghibli la rupturista El castillo ambulante. Volvemos a encontrar aquí borbotones de fantasía desbordante que, frecuentemente, rompen los límites del imaginario habitual del género, al menos Occidental y eso, que esta vez, la película está ambientada en la Inglaterra de los años 90: personajes mágicos que prestan sus servicios a domicilio y en su tiempo libre han formado parte de un grupo de Rock, huérfanos que viven más que a gusto en un orfanato, y, quizás lo más sorprendente, la bondad triunfando por encima de la maldad como si fuera lo más normal del mundo. Pero no estamos ante uno de esos planteamiento naif, tan presentes en las producciones culturales dirigidas a los más pequeños, sino más bien ante la defensa de unos paradigmas vitales divergentes, defendidos con rotundidad y valentía. Aunque este planteamiento no puede encandilarnos más, sí es cierto que el ritmo narrativo de la película adolece, como en otras ocasiones (es muy evindete a nuetro entender en Los cuentos de Terramar, también de Goro Miyazaki) de una excesiva ambición puesto que intenta retratar un ambiente, una trama y un mensaje ruturistas y divergentes (sin poder contar por ello  con muchos anclajes consabidos en la mente de los espectadores) en apenas 83 minutos. Por ello, tenemos la sensación de que el desenlace se nos planta delante de las narices de una manera tremendamente abrupta. Y aunque los créditos finales, como viene siendo tradición en las producciones de Studio Ghibli, nos permite hacernos una idea de por dónde acaba (o continúa) la historia, no es suficiente para dejarnos ese regusto dulce que otorga la redondez que sí consideramos que ostentan otras muchas de sus películas. 

Aun con todo, Earwing y la bruja sigue siendo una producción más que recomendable para exponer a los pequeños espectadores otros modelos vitales y artísticos, a otras maneras de sentir y entender el mundo, tan necesario dentro del maremagnun de producciones clónicas que son tristemente más frecuentes hoy en día.

Por Eva Llergo

DATOS TÉCNICOS:

Título original: Aya to Majo aka 

Año 2020

Duración 82 min.

País Japón

Dirección Goro Miyazaki

Guion: Hayao Miyazaki, Keiko Niwa, Emi Gunji. 

Novela: Diana Wynne Jones

Música Satoshi Takebe

Productora: Studio Ghibli, NHK Enterprises. Productor: Toshio Suzuki. Distribuidora: NHK

Calificación por edades: no recomendada para menor de 7 años

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