Por Marta Larragueta
Antes de entrar en faena con la reseña sobre Luna, me gustaría hacer un breve comentario sobre Espacio Abierto Quinta de los Molinos. Cierto es que se está convirtiendo casi en una segunda casa, porque no pasan muchas semanas sin que me acerque a disfrutar de alguna de las maravillas que programan. Pero esa sensación de comodidad no se debe solo a lo habitual de mis incursiones, sino también al trato exquisito de las personas que allí trabajan. Desde la entrada, la sonrisa y el gesto amable es una constante que acompaña al visitante y le abraza incluso en la distancia. Las medidas de seguridad sanitaria se siguen con rigor y no faltan geles, asientos bien separados, orden en entradas y salidas, etc., pero la experiencia está revestida siempre por un cariño y una cercanía que considero fundamental reseñar y agradecer.
Dicho lo cual, cedamos el protagonismo al espectáculo producido por Arena en los bolsillos. La compañía propone una reflexión en torno a la ciudad y al tipo de interacciones que en este contexto se suceden. Dos actores, vestidos de negro, reciben al público apoyados sobre unos bloques que más tarde veremos que componen la escenografía urbana de la obra. Nos miran directamente, a todos y cada uno, en un esfuerzo por establecer una comunicación casi individualizada. Este vínculo, junto con interpelaciones posteriores en las que piden la participación del público o lanzan preguntas al aire, hacen que se resquebraje la cuarta pared y que los pequeños espectadores muestren deseos de participar. De hecho, a lo largo de toda la representación, se escucharon comentarios, risas y exclamaciones que mostraban esa conexión.
Los intérpretes van planteando diversas escenas, un tanto desconectadas entre sí, pero enmarcadas todas en el contexto de la vida urbana: personajes que saltan de la cama a un ritmo frenético nada más amanecer para alcanzar lugares a los que no tenemos claro si realmente quieren llegar; grandes avenidas plagadas de tráfico que resultan casi imposibles de cruzar sin arriesgar el pescuezo en el intento; un avión que surca el cielo, fruto de la magia de las luces y sombras generadas con una linterna, y que nos recuerda a viajes pasados que parecen ahora tan lejanos e imposibles. Especialmente bonitas y cuidada resultó una escena al más puro estilo de La ventana indiscreta en la que fuimos atisbando retazos de la vida de varios habitantes de la gran ciudad, escondidos y protegidos tras los cristales, pero expuestos a nuestra curiosidad. ¡Hasta una banda musical se formó entre varios vecinos artistas que aunaron melodías de balcón a balcón! Al menos hasta que fueron reprimidos por vigilantes del tan codiciado descanso nocturno…
Mi ojo adulto, quizás algo encorsetado en otras costumbres, echó de menos una claridad algo más evidente en el hilo conductor que unía cada escena; especialmente al final de la obra, cuando uno de los intérpretes dibujó una bicicleta en el panel negro que componía parte de la escenografía urbana, para justo después dar por finalizado el espectáculo, dejándonos deseosos de saber cómo ese símbolo de dos ruedas se ponía en relación con todo lo visto anteriormente. Sin embargo, resulta incuestionable que la obra aprovecha la riqueza del lenguaje visual y hace un cuidado uso de luces y sombras, de proyecciones y de diversos recursos que ofrecen una experiencia estética que capta la atención de los pequeños espectadores.
Por Marta Larragueta
DATOS TÉCNICOS:
Vista el 12 de diciembre de 2020 en Espacio Abierto Quinta de los Molinos
Autora: Elisa Vargas
Producción: Arena en los Bolsillos
Escenografía: Iker Pérez
Diseño y construcción títeres: Iker Pérez y Ariel García
Actor y actriz: Iker Pérez y Ángela Cáceres
Composición musical: Mariano Lozano-P
Diseño iluminación: Iker Pérez y Felipe Augustín Laguna
Realización vestuario: Araceli Morales
Composición nana: Santiago Ortega
Interpretación vocal en nana: Silvia Bustamante
Estética edificios: Elena Díaz
Dirección: Arena en los Bolsillos y Julia Ruíz
Gestión y distribución: Elisa Vargas
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