Por Ana Martínez
Fue raro, fue diferente, fue especial, en definitiva, fue NUEVO. Una experiencia adaptada a la situación actual que vivimos, una situación nueva que nos permite disfrutar de algo tan clásico y atemporal como es el arte. En esta ocasión, visitamos de nuevo Espacio abierto Quinta de los Molinos, que muy acertadamente ofreció el pasado fin de semana Toyo, un espectáculo singular y divertido.
Todo comenzó con la llegada con antelación, mientras esperábamos fuera se empezaban a notar los nervios y la curiosidad por saber qué nos encontraríamos tras esa puerta cerrada, en esa sala que tantas otras veces hemo disfrutado de la magia del teatro. Poco a poco los pequeños espectadores, y los no tan pequeños, accedimos por turnos a nuestro asiento. Fue maravilloso ver el respeto que había en todo momento y el esfuerzo por mantener el arte en su máximo esplendor en situaciones tales como la que estamos viviendo. Mi pequeña espectadora se sentó en su asiento y mientras miraba con recelo el material que estaba dispuesto en el escenario pensó que aquello parecía un viaje a lo desconocido: instrumentos musicales sobre césped y tuberías sobre el escenario. ¿Para qué sería aquello? Y así mientras ella esperaba, la sala terminó de llenarse y por fin comenzó el espectáculo, de forma discreta, curiosa, como si los artistas pidiesen permiso al público para poder comenzar.
Como si de un juego improvisado se tratase, los intérpretes comenzaron a interactuar de una forma sutil, cómo si de un diálogo entre música y gesto se tratase. Únicamente guiado por la música el contorsionista, Gillou, descubrió a Toyo, una tubería rígida pero llena de posibilidades. ¿Cuántos usos creéis que se le pueden dar a una tubería? Pues en la realidad los usos son limitados, sin duda, pero tratándose de un espectáculo para público infantil, los actores nos demostraron, una vez más, que la creatividad infantil no tiene límites, y como si la música fuese lo único presente en ese momento, el contorsionista, fue mostrando diversas posibilidades de interactuar con una tubería: un telescopio, un caparazón, un escondite, un disfraz…
Los pequeños espectadores disfrutaron de un espectáculo lleno de creatividad e imaginación. Un espectáculo en el que música, mímica y contorsionismo se aúnan de forma mágica. En el que los más pequeños vieron, como si de un baile se tratase, materializarse las ideas que pasan por sus cabezas cuando juegan. Un perfecto ejemplo sobre cómo conectar con el público llegando hasta las situaciones más cotidianas que ellos mismos viven.
Al tratarse de un espectáculo circense puedes pensar que se trata de algo vago, evidente y predecible que quizás aburra al público infantil, pero nada más lejos de la realidad, de forma constante se escuchaban las carcajadas e incluso las risas más tímidas que ni si quiera las mascarillas lograban acallar. Es cierto que aun tratando de contener la expectación o de disimular los sustos todos los espectadores fuimos incapaces de no conectar con el escenario, que estaba pendiente de nuestras reacciones y miradas, invitando a una tímida participación desde la grada. Convirtiéndose de esa manera en un espectáculo que parecía estar hecho a la medida para ese momento.
Por Ana Martínez
DATOS TÉCNICOS
Directores: Antoine Rigot y Julien Lambert
Colaboración artística: Agathe Olivier
Creación musical: Coline Rigot, con la participación de Antoine Berland
Artista circense: Gilles Charles-Messance
Músico: Coline Rigot
Lugar: Espacio abierto Quinta de los Molinos
Fecha y hora: sábado 14 de noviembre 13:00 y 18:30 h. Domingo 15 de noviembre 11:00 y 13:00 h.
Dirección del teatro: calle Juan Ignacio Luca de Tena nº20, 28027 Madrid.
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