Por Eva Llergo
¿Se puede narrar una historia que ha sido mil veces contada con algo de aliciente? Si hay un dramaturgo que ha sido montado, remontado, y hasta desmontado, ese es William Shakespeare. Lo entendemos. Como una buena canción, uno no se cansa nunca de admirar la belleza trágica del amor imposible de Romeo y Julieta, la predestinación aciaga del mal en Macbeth o el dramatismo del desagradecimiento en El Rey Lear. Y luego está Hamlet, ese pobre príncipe danés, rendido por la indecisión que le suscita un encargo de venganza en el que va perdiendo tanto el tiempo como la cordura.
Admitámoslo. Shakespeare era un maestro en la selección y tratamiento escénico de nuestros instintos más viscerales y universales. Por eso es imposible resistirse al puro encantamiento que suscitan sus obras. Hasta aquí el innegable merito del bate inglés. Pero, ¿cómo contar con algo de novedad una historia que ha sido mil veces contada? Y aquí es donde entra de forma apoteósica Companhia do Chapitô, afanados en montar y transformar clásicos del teatro como Electra o Edipo, desde 1996, y a quienes pudimos disfrutar y entrevistar en Espacio Abierto Quinta de los Molinos el pasado fin de semana.
¿Y cómo abordan su revisión particular de Hamlet? Transportándolo al siglo XXI y al emporio de una familia de magnates. Sus personajes llevan traje, se mueven por «puertas giratorias» y entre archivos, ascensores y penhauses.
Solo cuatro actores dan vida a todos los personajes principales de la obra: el difunto y espectral padre de Hamlet; su madre, la reina Gertrude; su tío Claudio; Horacio, el mejor amigo de Hamlet; Ofelia, su enamorada, y Polonio y Laertes, padre y hermano de Ofelia respectivamente. Y Hamlet, claro. Pero Hamlet es capítulo aparte porque todos los actores se meten en su piel en un momento u otro. Suponemos que, en un primer momento, por un motivo práctico para poder doblarse y desdoblarse en todos los personajes sin necesidad de tener el don de la ubicuidad. Pero, como nos demostrarán repetidamente durante el montaje, Companhia do Chapitô se crecen ante cualquier complicación técnica, convirtiéndola en puro virtuosismo. Así, los desdobles de Hamlet (en algún momento podemos ver hasta 4 Hamlets en escena) se llenan de sentido escénico: maravilloso es el momento en que el espectro de su padre le revela la verdad sobre su muerte, en el que la reduplicación de Hamlets da perfecta réplica al nacimiento de su locura. Innegable es también la belleza trágica de la muerte simultánea de los 4 Hamlets como escena final.
Por otro lado, está el acierto de la selección de las escenas escogidas para no reproducir el texto shakesperiano en su totalidad. A un ritmo trepidante desde el minuto 0, la historia y sus personajes pasan por delante de nuestros ojos con una energía desbordante. Eso sí, es difícil reconstruir y decodificar su lenguaje escénico si no se tienen unas nociones básicas sobre el texto original. Obviamente, al ser Hamlet una obra tan universal se dan cosas por sentado; ese es el coste para poder trabajar y significar con tanta rapidez. Y es que Companhia do Chapitô requiere un público entregado e ilustrado, dispuesto a afrontar el reto de que su mente ate cabos con la misma velocidad a la que trabajan los actores dándonos información en varios planos a la vez. El verbal es ágil, ingenioso y de un humor afilado y audaz, pero no es el más importante. Lo que más cuenta es, sin lugar a dudas, el corporal, que se desdobla a su vez en varios planos: el «realista» que se sucede en las encarnaciones de los diferentes personajes, todas magistrales, polifacéticas y verosímiles; y el simbólico, que transforma a los actores en brindis, alfombras rojas o bolas de billar. Este brillante trabajo corporal le otorga al montaje también una perspectiva cinematográfica y metateatral: nos salimos de las escenas para contemplarlas desde otras perspectivas, los actores «descansan» de ciertas posturas endiabladas a las que les obligan sus personajes o la escena del llanto de Ofelia se funde con la llegada de la compañía teatral que Hamlet contrata para «homenajear» la boda de su madre con su tío, haciéndonos, como público, entrar y salir de la acción una y otra vez, como si estuviéramos ante todos los planos simultáneos de un cuadro cubista.
En la misma línea, los espacios (tan simbólicos en la obra original) plurisignifican. Qué acertado y económico son esos descensos y ascensos en el ascensor desde el sótano, donde descansa el cuerpo frío del padre de Hamlet, al ático donde se está celebrando simultáneamente la boda de su tío con su madre. Ascensor que se activa con otro guiño simbólico (la simple llamada de los actores: «King Hamlet», primero; «King Claudius», después) y cuya presencia se vislumbra solo por el recorte de una luz rectangular en la escena.
No hay más objetos en escena que los actores, sus trajes y sus corbatas… ¡pero qué juego nos dan estas! Armas, cascos, móviles, pases, tarjetas, columpios, trapos, cascos de motos, palas de enterrador, palos de billar y aceitunas envenenadas, que fuerzan, de nuevo, los límites de la imaginación de los entregados espectadores que, exhaustos y encantados, siguen las metamorfosis de este objeto hasta su colofón: la tremenda ironía de que el arma final que mata a Hamlet sea simple y llanamente… una corbata.
Mis pequeños espectadores salieron exhaustos pero satisfechos de la obra. Los dos mayores todavía hoy siguen diciendo «King Hamlet» cuando suben y bajan las escaleras de casa; muestra de que el montaje les ha calado hasta huecos que ellos ni siquiera sospechan. La más pequeña, de 7 años, no se rindió ante las dificultades de decodificación que presenta una obra que trabaja con tantos planos simultáneos. Por supuesto, es una espectadora entrenada, pero, lógicamente necesitó el comodín del público en alguna ocasión. Sin embargo (una cura de humildad a la esforzada intelectualidad adulta), salió súper orgullosa de haber entendido, mucho antes que su madre, que el actor que llevaba la corbata atada a la cabeza en realidad portaba un casco. Ella lo veía, yo tuve que conceptualizarlo y eso nos da una idea de que la capacidad simbólica, tan intrínseca a lo teatral, la vamos perdiendo a medida que crecemos. Menos mal que hay profesionales, como Companhia de Chapitô, que trabajan cada día para mantenerla viva y que la recuperemos.
Nos rendimos ante su talento. Nos rendimos ante su fuerza, su maestría y el mimo con el que han trabajado cada una de las escenas. Nos rendimos ante la obnubilante sintonía de sus actores, el tremendo trabajo de sincronía, casi coreografía, imprimida en la escenas. Nos rendimos ante el guante que nos tira para aceptar el reto de encontrar placer en la dificultad. El cerebro aún nos echa humo. Pero es un humo feliz, vivo y realizado.
Por Eva Llergo
DATOS TÉCNICOS:
Creación colectiva: Companhia do Chapitô
Dirección: José Carlos Garcia, Cláudia Nóvoa y Tiago Viegas
Interpretación: Jorge Cruz, Susana Nunes, Ramón de Los Santos y Tiago Viegas
Dirección de producción: Tânia Melo Rodrigues
Diseño de luces: José Carlos Garcia
Operador de luz de Chapitô: Saturnino Rodrigues
Operadores de luz en gira: Samuel Rodrigues y Paulo Cunha
Vestuario: Teresa Machado
Diseño gráfico: Sílvio Rosado
Comunicación: Cristina Carvalho y Ana Campos
Fotografía: Sílvio Rosado y Susana Chicó
Vídeo: Joana Domingues y Bruno Gascon
Distribución: César Arias MARMORE
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