Por Araceli Hernández
Vi-da, ¿cómo una palabra de apenas cuatro letras, dos escuetas sílabas, puede contener una entidad tan enorme, quizás la más grande que pueda abarcar el ser humano? En el caso del espectáculo Vida de Javier Aranda, la pregunta se transforma: ¿cómo dos simples manos, diez ágiles dedos, dos francas palmas, y un par de elementos de costura, pueden comprender la inmensidad de la historia que nos plantea?
Vida transcurre en dos planos paralelos, tan honestamente planteados, tan delicadamente evocadores, que uno se zambulle inmediatamente en ellos sin vacilación, olvidando rápidamente que tiene delante unos títeres fabricados con las extraordinarias manos de Javier Aranda, manos que nos invitan a creer ciegamente lo que ocurre sobre escena, ávidos por descubrir qué les deparará la vida a los simpáticos personajes que la protagonizan.
Comienza Javier Aranda apelando directamente al espectador, comentándonos como recuerda aquellas tardes infantiles jugando horas perdidas entre los retales, hilos y agujas de la canasta de costura de su madre (los “juguetes prohibidos”, y, por ende, ¡ay! tan deseados…), canasta que contenía todas las aventuras imaginables para un niño. Y así nos lo demuestra, pues de la canasta veremos surgir toda la existencia de los personajes desde los primeros años de autoconocimiento, con un “él”, cómicamente altanero y descocado, tanteando los límites de su presencia contenida en dos competentes manos y un mocho de lana por pelo. Arranca numerosas carcajadas, tanto de los pequeños espectadores como de los demás.
Este desafiante “Adán” pronto se ve solo y reclamará una Eva que le ayude a sobrellevar los misterios y las fatigas de su mundo de carne y trapo, exigiendo tercamente a su creador que le entregue a una compañera. «No puedo, no me quedan manos», se defiende Javier Aranda. Pero nada es suficiente para convencer a los tozudos personajes.
Pronto aparece “ella” para poner un punto de sensatez y mesura a su alocado “Adán”. “Ella”, coqueta ante los focos, deseosa de descubrirse al mundo, le enseñará el emocionante campo del teatro en instantes cargados de hilaridad; hilaridad irremediable con la que afrontar las dificultades a las que constantemente se enfrentan los que han elegido este prodigioso, frustrante, complejo y espléndido trabajo como modo de vida. No desvelaremos nada más al respecto, sólo añadir que aplaudimos el acertado y condensado alegato que nos plantea Javier Aranda en estos instantes de reivindicación de la cultura a través de sus lúcidos títeres.
Tan desenvueltos son los personajes, tan identificables sus diálogos sin apenas palabras, tan sutiles los signos con los que se construye la historia, que a uno se le olvida sinceramente que es una persona quien les da “vida” a través de su cuerpo (hay momentos en los que las manos dejan de ser suficientes ante sus infatigables demandas), incluso en aquellos puntos en los que al propio Javier Aranda no le queda más remedio que reírse indulgente ante sus cabezonerías, convirtiéndose así, a través de una tierna y divertida complicidad, en un personaje más de la trama.
Los personajes crecen, cantan, bailan, se enamoran, y fruto de su amor nace una nueva criatura que rápidamente se transforma en un beligerante adolescente, con su sudadera reivindicativa y sus dejes huraños, nuevamente proporcionándonos instantes de verdadera comicidad. Este adolescente hosco y desabrido también se llena de actividades, exigencias y sueños, y acabará por abandonar el nido/cesto para descubrir nuevos mundos por su cuenta. Así es la vida, debemos buscar nuestro camino. Vemos como pasa rápidamente el tiempo, y la alegre pareja inicial, con su hogar ya vacío, sigue su periplo vital, transformándose, con el transcurso de la obra, en dos enternecedores viejecitos que acabarán sus días fundiéndose en un conmovedor tango.
En definitiva, Javier Aranda nos plantea aquí una vida ordinaria, fácilmente reconocible para el espectador, pero por ello profundamente emocionante a través de la franqueza y la hondura de los gestos que van labrando la vida de sus personajes, gestos en los que podemos ir viendo las huellas, universales e inevitables, que poco a poco nos van dejando los años. Es una obra profundamente sincera que transmite, fundamentalmente, un verdadero amor por lo que se hace.
A esta inmersión completa en la vida de los títeres ayuda sin duda el sugerente auditorio del Espacio Abierto Quinta de los Molinos, donde las butacas se transforman en amplias gradas en las que el pequeño espectador podrá acomodarse a su gusto o cambiar de postura a lo largo de la obra sin molestar a nadie, situándose muy cerca del escenario para no perderse nada. Merece la pena acercarse a este espacio, evidentemente comprometido con la creación, pensado para todos los públicos, incluyendo a los más arduos de convencer: los más pequeños cuentan (entre otros) con una biblioteca con material escogido específicamente por la ampliamente galardonada dramaturga Itziar Pascual, y proponen un proyecto apasionante (y sobre todo, muy libre) para los jóvenes creadores adolescentes. La Quinta de los Molinos nos ofrece, en esta era de autómatas imantados a las pantallas de sus dispositivos, un espacio donde abandonar el plasma y convivir para explorar conjuntamente los límites de la invención.
Acorde a este espíritu creador, la propuesta programada de Javier Aranda nos devuelve un poco a todos a ese estado emocionante, candoroso y mágicamente crédulo de la niñez, donde cada objeto cotidiano y rutinario podía cobrar un nuevo significado y una nueva realidad colmada de aventuras con el único límite de la poderosa imaginación infantil, tan poderosa, en fin, como para contener toda una vida dentro de un cesto de costura.
Por Araceli Hernández
FICHA TÉCNICA:
Creación: Javier Aranda
Manipulación: Javier Aranda
Asesoría de dirección: Alfonso Pablo y Pedro Rebollo
Costura: Pilar Gracia
Diseño gráfico: Val Ortego
Taller: Teatro arbolé
Edad recomendada: a partir de 8 años.
Galardones:
2018, Premio FETEN al Mejor espectáculo de Pequeño Formato
2017, Premio al Mejor Espectáculo de Teatro de la feria Internacional de Teatro y Danza de Huesca
2018, XXIX Feria de Títeres de Lleida: Drac d’Or al Mejor Espectáculo; Premio al Mejor Espectáculo del Jurado Internacional
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