Chef nature de Markeliñe

Por Coral Gil

Se abre el telón… o… quizá no. Porque a veces lo que se abre es la puerta de un parque y en lugar de unos columpios te encuentras a los fantásticos Markeliñe haciendo una de las suyas. Esto es lo que sucede, por ejemplo,  cuando no estás al tanto de los festejos populares que en el mes de mayo se celebran casi al unísono en muchos municipios de España, como Moralzarzal, en la Sierra Madrileña.

Así fue, que donde esperábamos encontrar las pistas de siempre para montar en bicicleta y jugar un rato a la pelota, alguien había montado, casi por arte de magia, un restaurante. Mi pequeña ciclista de cinco años tardó poco en darse cuenta de que no era un restaurante cualquiera, no, no, mamá, aquí va a pasar aaalgooo y… ¡chas! no dudó en quitarse el casco y ponerse, una vez más, el traje de Súper Pequeña Espectadora.

Y es que es lo que tiene Markeliñe, que ya nos enamoró con propuestas como La vuelta al mundo en 80 cajas o Crusoe.

Ya conocemos su capacidad para transformar la calle en un mundo chiquitito donde las posibilidades son, en cambio, infinitas gracias al derroche de imaginación al que nos invitan y a su estética, donde capricho y realidad se encuentran y conforman una nueva dimensión del mundo escenográfico y visual.

Ya sabemos de la habilidad de sus actores y actrices para utilizar el gesto como vehículo de comunicación y transmisión de ideas, emociones, sentimientos…  no sabes lo que es la expresión corporal dramática hasta que no ves a Markeliñe en acción. Es como si hubiesen inventado un “Lenguaje Markeliñe” con un código, gramática y sintaxis propia.

Ya estamos sobre aviso de que sus propuestas vienen siempre cargadas de sorpresas deliciosas que nos dejan los ojos como platos por su sofisticada pero sencilla coherencia, de una escenografía que se apoya en objetos cotidianos que cobran en sus manos una nueva vida y aportan a la historia esa frescura y energía capaz de dibujarnos una sonrisa sincera y terapéutica mientras desciframos su forma y contenido.

Pues sí, ya les conocemos, por ello es difícil escapar a su influjo, a su manera poética de concebir la risa, a la magia con la que apelan a nuestra conciencia y reflexión y a la certeza con que nos enfrentan a nuestras propias contradicciones. Y así, sin decir ni una palabra, divirtiendo a todos pero especialmente a los pequeños, aprovechan para enviar a los mayores un mensajito subliminal de carpe diem que nunca viene mal.

Así quién puede resistirse a la invitación explícita que cocinero y camarero de este singular restaurante hacen para comer en su única pero mágica mesa. Se afanan en complacer al cliente, en conseguir que disfruten con todos los sentidos de la comida, del ambiente, de la naturaleza del huerto y la granja que les provee de los productos que sirven para preparar sus manjares. Cuánto esfuerzo, cuánta pasión ponen en ello y cuánto les cuesta competir con smartphones y tablets para centrar la atención del comensal en el placer del momento y, en fin, de la vida misma ¿Lo conseguirán? O por el contrario sucumbirán a la inmediatez y sensación de poder que ofrece la creencia de tener todo lo que necesitas en unas pocas pulgadas de pantalla táctil.

Lo sabréis si acudís a ver esta propuesta de teatro callejero, gestual y muy contemporáneo, donde el ritmo, tanto musical como narrativo, la expresividad, la audacia y el talento no defraudaron a ninguno de los pequeños espectadores. Cabe decir que el alto nivel de interacción al que eran constantemente invitados fue un plus destacable. Irresistible.

Mi pequeña espectadora-ciclista, al final de la obra me consultó si podía recomendarla a alguien cuando le viese enganchado al móvil sentado a la mesa y frente a un plato de comida deliciosa. La respuesta está clara, ¿no?

Por Coral Gil

DATOS TÉCNICOS

• INTÉRPRETES: Jon Kepa Zumalde; Iñaki Eguiluz, Fernando Barado; Sandra Fdz. Aguirre; Gaizka Chamizo, Jon Koldo Vazquez; Estibaliz Villa. Itziar Fragua; Nerea Martinez.
• AUTOR: Markeliñe.
• DIRECCIÓN: Iñaki Eguiluz.
• DURACIÓN: 60 min.