Por María Jara y Teatreros*

“Hasta que no tomen conciencia no se rebelarán, y sin rebelarse no podrán tomar conciencia.”

Si algún género parece estar ligado a la adolescencia, al duro desengaño respecto al mundo de las adultos y al descubrimiento de las fisuras del orden social, este género es -sin lugar a duda- el de la ciencia ficción distópica. Da cuenta de ello el éxito entre el público juvenil, a pesar de no ser productos específicos para esta franja de edad, de series en las que la fantasía futura nos permite mostrar los horrores presentes (Black Mirror, The Walking Dead, Los Cien…). Dentro de este género, la novela de George Orwell, 1984, representa, como pocas, el despertar: aquella alienación, aquella soledad, aquella injusticia social son demasiado parecidas a las nuestras, a las que les suceden a los mayores, las que acechan a la vuelta de los años.

El montaje de Paradoja Teatro recoge los principales momentos de la obra de Orwell en una adaptación tan complica como cuidada. La admiración del punto de partida aparece en cada frase del texto dramático: las obligadas elipsis no traicionan a la novela, y esta es una de las grandes virtudes de la adaptación, aunque en algunas ocasiones lastra el resultado de una obra que debe funcionar autónomamente.

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El espacio escénico habla por sí mismo ya desde los momentos en los que el público va sentándose: hierros destartalados, pantallas omnipresentes, sonidos de ensamblajes, y un futuro con mucha domótica y poco hogar. La tecnología deshumanizada es el primer personaje en escena. Los demás, aún sin nombre, se mueven sin verse ni tocarse, ajetreados en ninguna ocupación real. Estos movimientos constantes se van a repetir a lo largo de toda la obra, y son un gran hallazgo escénico. Sirven para realizar las transiciones y para crear nuevos espacios, pero también sintetizan el sentido de las rutinas del trabajo. Personajes que mueven trastos, que cooperan sin verse y que se mantienen ocupados para no pensar. Los «teatreros” también estaban disfrutando de la obra “en especial, el uso del espacio”. Y es que, en contra de algunos prejuicios, un espacio simbólico (en general, cualquier simbolismo) funciona bastante bien con jóvenes espectadores cuando entendemos que en un símbolo hay una invitación a sentir más que a descifrar. “Te podías imaginar fácilmente el escenario en el que se desarrollaba las diferentes escenas, y el uso de luces y guantes rojos era una forma original de representar a las ratas”, dicen nuestros jóvenes  críticos que presenciaron la obra con nosotros.

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Ese arranque que atrapa desde el principio continúa con una voz autoritaria que nos ordena que guardemos los móviles. La obra ya ha comenzado y estamos en otro lugar, en otro tiempo. El ambiente opresivo, la ocultación, aparecen desde el primer acto. Winston se esconde, en un ángulo muerto de su casa, para comenzar a escribir un diario prohibido. Su voz será el instrumento para resumir la acción (y es en estos momentos en los que se puede observar que estamos ante una adaptación) o aparecerá como monólogo en el que presenta sus reflexiones, muchas veces superpuestas a la acción dramática. Un ejemplo de esto aparece en la presentación de Julia y O´Brien. Tan esenciales son las acciones de los personajes como lo que Winston (mal)interpreta en ellas, y por eso es pertinente que con los personajes congelados Winston nos interpele directamente. El monólogo clásico funciona de forma precisa y acertada en toda la obra, y nos muestra las dos versiones en los que los ardides del Gran Hermano y la neolengua han creado y han escindido la realidad.

El primer acto deja claras las premisas de una manera clara y efectiva. Observamos que el deseo de respetar las líneas principales de Orwell hacen que el segundo acto sea más lento. Los jóvenes espectadores ya están entregados al mundo distópico, aunque también a ellos se les hace largo. “El guión era entretenido, pero en ocasiones era un poco confuso, aunque entendemos que la novela no es sencilla.” Efectivamente, una adaptación de este calibre no es sencilla, y aunque consideramos, con los jóvenes espectadores que  el ritmo se resiente en este acto, podemos poner en el otro lado de la balanza un universo orwelliano que no está mutilado o simplificado en absoluto.

La historia de amor es un soplo de aire fresco, y la intimidad se crea con el único objeto con sentido en medio de la cacharrería futurista: una cama; y con el uso de las luces y de los sonidos. La rebeldía y el encuentro entre los dos personajes principales (Winston y Julia) es creíble y conmovedora. El tono sencillo, en el que el romance es tan poco grandilocuente como grandioso. Dos personas que se enamoran en medio de un mundo de la incomunicación y soledad.

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Por otra parte, una obra de tan solo cuatro personajes se sostiene también por la solvencia de los actores y su defensa de los personajes. El trabajo de Alberto Berzal (Winston) es admirable y sostiene una obra de gran carga física y emocional. También destacable la frialdad y necesaria ambigüedad de Luis Rallo. Nuestros adolescentes no se quedan con los nombres, pero su corazón va para los que nos quedan por mencionar: “En cuanto a la actuación, nos pareció muy buena en general, pero nos resultó destacable la de un actor, con muchos personajes, y una actriz, ambos secundarios.” Cristina Arranz, en el papel de Julia, y Jose Luis Santar, como ese actor secundario que realiza tantos papeles. Queremos detenernos también en Santar, que logra humanizar y dar sentido a una comparsa de secundarios, que no son esenciales para la trama y tampoco desarrollan su carácter en el escenario, pero que están encarnados y definidos por simples inflexiones de la voz, movimientos o gestos que nos muestran un enorme trabajo y preparación corporal. Es creíble que cada una de estas personas manipuladas por el Gran Hermano tenga unos sueños, unas ilusiones y que sean, en definitiva, seres humanos; individuos bajo la masa.

El tercer acto avanza (quizás con cierta precipitación) hacia un desenlace de una gran carga dramática y en el que se deja abierta una puerta a la interpretación del público, que puede ver en el matiz de una expresión o una completa derrota o una puerta entreabierta a la esperanza.

En fin, nos gustó bastante y estuvo muy entretenida, la recomendaríamos y nos alentó a leer la novela”, concluyen nuestros jóvenes espectadores a los que les ha calado el ambiente y la lucha interna y externa de personajes, pero que también sienten una dificultad. ¿Hasta qué punto es esto una debilidad? Se piensa, con cierta injusticia, que una obra adolescente es aquella que una chica o un chico puede comprender total plenamente, como si nosotros, adultos, entendiéramos todos los juegos de palabras de la comedia del Siglo de Oro o pillásemos todos los chascarrillos políticos de Luces de Bohemia. 1984 es compleja y quizás necesite de cierta guía, pero es una obra -como todas las buenas- que nos se agota en sí misma, y que nos espolea para buscar más respuestas, para hacer más preguntas.

Por María Jara y Teatreros


* La filosofía con la que nació la Revista pretendía atender especialmente a las reacciones de los pequeños y jóvenes espectadores con los que el crítico adulto presenciaba el espectáculo. Ahora queremos incorporar a estos espectadores de forma directa y activa; no a través de nuestras interpretaciones sino dándoles voz y espacio dentro de las críticas. «Teatreros» es el seudónimo que han decidido otorgarse nuestros dos primeros jóvenes críticos, de 15 años. Iniciamos, pues, gracias a ellos una nueva dimensión de El pequeño espectador.


DATOS TÉCNICOS

Teatro Galileo, C/ Galileo 39

Del 17 de octubre al 25 de noviembre 2018
Miércoles a sábados: 20:00 h. Domingos: 19:00 h.

 

Versión: Javier Sánchez-Collado y  Carlos Martínez-Abarca
Espacio escénico e iluminación: Javier Ruiz De Alegría (AAPEE)
Videoescena: David Blanco
Diseño de sonido: Eduardo Ruiz
Vestuario: Paradoja Teatro
Ambientación de vestuario: María Calderón
Producción ejecutiva: Javier Sánchez-Collado
Adjunto a la Dirección: David Lázaro
Comunicación:  ARTE GB
Producción: Paradoja Teatro
Distribución: SEDA
Agradecimientos: José Carlos Plaza, Mariano Díaz, Oscar Alonso, Braulio Blanca, Elisa Berriozabal, Teatrolab Madrid, Oscar Ortiz de Zarate, Claudia Botero.
Por su apoyo técnico de video a Antonio Mateos, Viridiana Galindo y Víctor Álvarez (Pulse Creativa)
Actores video: Pablo Mendez (locutor Minimor), Zaira Montes (locutora Minindancia),  David Boceta (Goldstein),  Zaira Montes y Carlos Lorenzo (Hermano Mayor),  Magdalena Broto (Sra. Parsons),  SamuilStanislovlliev (hijo de Parsons), Lydia Camacho Leal (hija de Parsons), Sergio Ramos (crimental),  María Heredia (instructora), Montse Peidro (mujer prole), Íñigo Elorriaga (interrogador), Esther Diez de Mera (funcionaria Miniver)
Intérpretes (por orden de intervención): Alberto Berzal Winston Smith), Luis Rallo (O’brien), Jose Luis Santar (Sljme, Parsons, AncIano, CharrIngton, Martin, Guardia, Camarero), Cristina Arranz (Julia)
Dirección de escena: Carlos Martínez-Abarca

Duración: 105 min. (aprox)