Por Sara Barquilla Guerrero

Los cuernos de don Friolera se publicó por entregas en 1921 y cuatro años después en un único tomo. Cien años han transcurrido desde que Valle-Inclán creó este esperpento que forma parte de la trilogía Martes de Carnaval. Se representó por primera vez en 1930 y luego en otras dos ocasiones durante el franquismo, a pesar de estar prohibida. Desde los años 70, se han realizado varios montajes de la obra e incluso se ha llevado a la televisión. En esta ocasión, Ainhoa Amestoy propone una puesta en escena centrada en los personajes, en sus palabras y sus actos, con sencillez escenográfica y vestuario muy acertado.

Valle-Inclán es un autor de bastante complejidad, cuyas obras están plagadas de reflexiones, conexiones intertextuales y alusiones políticas o sociales. Esto significa que el conocimiento previo de la obra, su lectura, ayuda enormemente a la comprensión de la misma, además de que puede valorarse la relación entre el texto escrito y lo representado. Es cierto que la puesta en escena de Amestoy respeta absolutamente la creación valleinclanesca, pero sin conocer Los cuernos de don Friolera podría no captarse la relación entre las escenas. Ramón del Valle-Inclán plantea una obra en tres partes interrelacionadas entre sí pero independientes que tratan sobre el mismo tema: los cuernos de don Friolera, esto es, el adulterio de Loreta, la pareja del teniente Friolera, y la gestión que hace este de la situación conyugal. En las partes primera y tercera la historia se cuenta de forma indirecta, esto es, es teatro dentro del teatro, mientras que en la central es una representación directa. Aunque los tres actos traten el mismo tema con los mismos personajes, cada uno plantea un final diferente en cuanto a la resolución de la infidelidad.

En la primera parte, la historia es contada por un bululú con unos títeres que representan a Loreta y don Friolera; en la tercera, el relato lo hace un ciego que va cantando sus romances. En ambos actos, tenemos a dos personajes que han visto el espectáculo, de ahí el hecho metateatral, y, además de comentar la trama, reflexionan sobre el arte y la literatura, valorando la calidad y la trayectoria de la literatura española. Es todo un acierto el desdoble de personajes de la primera parte: el bululú cuenta la historia con sus marionetas de mano y, en paralelo, dos actores se convierten en el teniente don Friolera y Loreta; pero son títeres, muñecotes que ponen voz a los que sostiene el bululú. En cuanto al romance de ciego, no es recitado sino cantado a capela. Es bello y emocionante. A estas alturas el espectador ya conoce la historia, pero se sorprende al descubrir otro final aún más truculento, conectando con la literatura popular donde no hay límites a la imaginación.


En cuanto a la parte central, se trata de una dramatización directa que mantiene esa idea de “narración” con personajes que ponen voz a las acotaciones de la obra, utilísimas en la contextualización de la historia pero también poéticas e inspiradoras. En este acto aparece el otro protagonista del adulterio: Pachequín, barbero y cojo, atrevido y seductor. Contrasta con don Friolera, preocupado, neurótico, inseguro y atribulado, así que la relación que teje con la alegre Loreta adquiere sentido y, aunque ella quiere mantener una actitud intachable, de algún modo se ve empujada hacia el adulterio. Por último tenemos a la hija de la pareja, una niña pizpireta y risueña, genialmente representada por Iballa Rodríguez. Estos personajes se mantienen fijos mientras que los demás van transitando de unos a otros; nos referimos entre otros a los militares, la tabernera Calista, la vecina fisgona Tadea y, por supuesto, las distintas voces que narran las acotaciones. La puesta en escena de todo el elenco es impecable y completamente verosímil.

La obra es un esperpento por lo grotesco de la situación y la caricaturización de los personajes. El perro de don Friolera, en una escena, es uno de los actores. El mismo protagonista se exalta y pierde el autocontrol por momentos. Los tiras y aflojas de la pareja son ardientes, alejados de cualquier mesura. Y los militares aparecen absolutamente desmitificados, anclados en un código desfasado pero solazándose en sus jaranas y abusos de poder.


La escenografía es simple y compleja a la vez; se trata de un enrejado que ocupa todo el foro y las paredes laterales, una cuadrícula gigante en la que se abren ventanas en el nivel superior y puertas en el inferior. Esta gran estructura identifica un espacio interior donde se ubica la vida privada. Las ventanas y huecos sirven para controlar lo que ocurre fuera, que se convierte en público por estar al alcance de las miradas ajenas. La gente observa, cotillea, está pendiente de lo que hace la vecindad. ¿Con qué objetivo? Para luego poder hablar de ello. Este tipo de comportamiento no ha cambiado demasiado en un siglo. Esta es la gran carga del teniente Friolera: una información recibida anónimamente le hace perder la cabeza, le roba la paz familiar de la que disfrutaba y ahora se espera de él una reacción que siga dando que hablar.

Por otro lado, la pertenencia de don Friolera al ejército es uno de los conflictos de la trama, porque en tal institución no se aceptan este tipo de “problemas conyugales”. ¿Cómo puede permitirse que una mujer le sea infiel a un soldado? El honor calderoniano, en principio alejado en el tiempo, sigue presente en las primeras décadas del siglo XX, tal y como describe Valle-Inclán en su esperpento.

Para el pequeño espectador es posible que Los cuernos de don Friolera sea una obra compleja. Lingüísticamente, Valle-Inclán no lo pone fácil, por el rico y variado léxico y las múltiples conexiones textuales y contextuales. Sin embargo, el tema es accesible y conlleva una reflexión sobre la violencia de género y los roles tradicionales en las parejas. Un siglo después de este esperpento, es posible que nos comuniquemos de otra manera, pero hay actitudes que están lejos de superarse, así como nos poseen emociones que seguimos sin saber gestionar como los celos, el miedo al ridículo y la presión del qué dirán.

Por Sara Barquilla Guerrero

 

 

FICHA TÉCNICA Y ARTÍSTICA

Vista el domingo 9 de marzo de 2025 en los Teatros del Canal (Madrid).

Elenco: Roberto Enríquez, Nacho Fresneda, Lidia Otón, Ester Bellver, Pablo Rivero Madriñán, Miguel Cubero, José Bustos e Iballa Rodríguez.

Dirección y adaptación: Ainhoa Amestoy.

Texto: Ramón María del Valle-Inclán.

Diseño de escenografía: Tomás Muñoz.

Diseño de vestuario: Rosa García Andújar.

Diseño de iluminación: Ion Aníbal López (AAI).

Música original y espacio sonoro: David Velasco Bartolomé.

Diseño y realización de marionetas: Gerardo & Tony.

Diseño de cartel y fotografías: Sergio Parra.

Asesoría de movimiento: Mar Navarro.

Dirección técnica: José Miguel Hueso.

Regiduría: Carmen Romero.

Ayudante de dirección: Alejandro Cavadas.

Ayudante diseño de escenografía: Vera Morcillo.

Realización de escenografía: Readest.

Realización de vestuario: Milagros González Angulo.

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