Por Celia Rojo Morate

Las bromas son esos juegos de ingenio que, en principio, buscan sorprender y provocar risas, tanto en quien las lanza como en quienes las reciben. Se dice que tener sentido del humor es ser capaz de reírse, incluso cuando uno mismo es el objetivo. Todos hemos sido blanco de alguna broma, pero también sabemos que, como dice el refrán, «una broma deja de serlo cuando el otro no se ríe».

Un grupo de jóvenes ociosos, una mujer inocente y un engaño cuidadosamente elaborado con el único fin de reírse a su costa. Esta es la premisa de La señorita de Trevélez, una obra que nos presenta a Florita, una mujer considerada poco agraciada que, sin saberlo, se convierte en el objetivo de una broma cruel. Los jóvenes le hacen creer que el apuesto Numeriano Galán está enamorado de ella y desea cortejarla, sin que él tenga la menor idea.  Así lo que empieza como un juego se convierte rápidamente en un enredo que muestra la delgada línea entre diversión y humillación.

Bajo la dirección de Juan Carlos Pérez de la Fuente, La señorita de Trevélez llega al Teatro Fernán Gómez, trayendo a la vida una obra de Carlos Arniches escrita en 1916. Esta versión adaptada por Ignacio García May nos ofrece una puesta en escena impactante, que nos enfrenta a una realidad tan incómoda como urgente: el acoso camuflado como diversión.

A medida que los diálogos y las reflexiones de los personajes van tomando forma, la historia penetra con fuerza en el corazón y la mente de quien la observa. Nos enfrenta a preguntas inquietantes que nos invitan a reflexionar: ¿Hasta qué punto podemos justificar la crueldad como una forma de entretenimiento? ¿Nos convertimos en cómplices cuando presenciamos una injusticia y elegimos no intervenir? Y lo más desconcertante, ¿quién es más culpable: quien inicia la broma o quien permite que continúe sin poner freno? Estas cuestiones siguen resonando mucho después de que caiga el telón.

 Las carcajadas del público resonaban en la sala en varios momentos, pero no todo fue risa. Durante las dos horas de función, la obra mantuvo al espectador en un constante vaivén, pasando de momentos de comedia a otros cargados de tensión y angustia. Como una montaña rusa emocional, la diversión dejaba paso a la incomodidad, y el drama a veces rozaba la tragedia.

La puesta en escena es impecable. Cada detalle está pensado para envolver al espectador en una atmósfera cargada de emoción. La acción no se limita al escenario, sino que traspasa las fronteras de este, haciendo que el público se sienta parte activa de la historia. De esta manera, no somos solo testigos, sino habitantes del pueblo.

 La actuación de Silvia de Pé como Florita deslumbra, demostrando una versatilidad única al cantar, bailar y emocionar. A su lado, Dan Albadalejo encarna a un Numeriano Galán que, sin buscarlo, también se convierte en víctima de la broma. Tito Guiyola (Críspulo Cabezas), el instigador del cruel juego, es acompañado por sus inseguros secuaces, Manchón (Natán Segado) y Torrija (Juan de Vera). Por su parte, José Ramón Iglesias, como Don Marcelino, personifica esa clase social que prefiere mirar hacia otro lado ante la injusticia.

 Esta obra es una recomendación imprescindible para los jóvenes de hoy. Al igual que los personajes del Guasa-Club, son muchos los adolescentes que se agrupan para burlarse de aquellos a quienes etiquetan como «bichos raros». Y con el auge imparable de las redes sociales, las risas a costa de otros traspasan las barreras físicas. Los memes, por ejemplo, se han convertido en una herramienta común para humillar y ridiculizar, virtualizando bromas y difundiéndolas sin ningún tipo de remordimiento. Es doloroso reconocer que, aunque Arniches escribió esta obra hace más de un siglo, su mensaje sigue golpeando con fuerza, recordándonos que, aunque las formas cambien, el sufrimiento provocado por el acoso sigue siendo una herida abierta en nuestra sociedad.

 En un mundo donde la indiferencia se ha instalado con demasiada comodidad, esta obra es un grito urgente que nos sacude y nos exige recuperar la empatía y la ternura perdidas. Nos invita a dejar de ser espectadores pasivos ante las injusticias y a rechazar que el sufrimiento ajeno se convierta en motivo de risa. Nos desafía a actuar, a hacer visible el dolor que solemos ignorar. Y, sobre todo, nos enseña que cuando los sentimientos de los demás están «en juego», no hay juego que valga.

Por Celia Rojo Morate

 DATOS TÉCNICOS:

Vista el 19 de febrero de 2025 en Teatro Fernán Gómez Centro Cultural de la Villa.

Autor: Carlos Arniches

Versión: Ignacio García May

Dirección: Juan Carlos Pérez de la Fuente

 

Reparto: Daniel Albaladejo, Marta Arteta, Críspulo Cabezas, Daniel Diges, Óscar Hernández, José Ramón Iglesias, Edgar López, Noelia Marló, Silvia de Pé, Julia Piera , Rodrigo Sáenz de Heredia, Natán Segado y Juan de Vera

 

Diseño de escenografía: Ana Garay

Diseño de vestuario y figurines: Almudena Rodríguez Huertas

Diseño de iluminación: José Manuel Guerra

Espacio sonoro: Ignacio García

Movimiento escénico: Guillermo Weickert

Maestro de esgrima: Jesús Esperanza

Ayudante de dirección: José Luis Sixto

Ayudante de escenografía: Isi Ponce

Ayudante de vestuario: Pablo Alcándara

Diseño y Realización de maquillaje: Elvira García para LKM

Maestro de billar: José María García Luna

Tocados: Mélida Molina ( Vanvará)

 

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