Por Eva Llergo
La principal característica de un clásico, dicen, es que es inmortal. Y con ello no se refieren solo a su longevidad indiscutible en las opiniones y gustos de crítica y público, sino en su capacidad de seguir hablando de temas universales que continúan impactando en los lectores más allá de los tiempos y sus circunstancias. Algo así le pasa al Lazarillo de Tormes, cuyo autor (o autora) denunció la situación de mendicidad y crueldad que soportaban muchos seres humanos en este país a costa del beneficio de otros. ¿Les suena? Lamentablemente parece que hay cosas que nunca pasan de moda.
MIC producciones nos trae una versión trepidante y divertidísima de este clásico concentrada en 60 minutos. Comienzan y acaban conectando el clásico con la actualidad y, a modo de noticiero, recordándonos algunos de los escándalos de los poderosos contemporáneos más flagrantes de los últimos años, para enlazar con el oficio que Lázaro acaba teniendo al final de la novela: pregonero.
El anacronismo está presente en toda la obra: la voz del GPS anunciándole al ciego que ha perdido la señal cuando Lázaro, a posta, quiere perderle o el cura pidiéndole al protagonista que, si tiene algún problema, le mande un whatsapp. Estas pequeñas conexiones con nuestra realidad no solo sirven como elemento cómico (muy efectivo, por cierto), sino que nos mantienen en todo momento anclados a nuestro presente recordándonos la tremenda actualidad que tiene el argumento del Lazarillo. También que, aunque el género se llame picaresca por sus protagonistas indefensos que aprenden a golpes a moverse por el mundo para sobrevivir, el adjetivo se puede aplicar por igual y con más sorna a sus “dueños”. Tanto pasados como presentes.
Otro elemento recurrente y delicioso que marca la identidad de este Lazarillo de MIC producciones es su metateatralidad. El montaje respeta diálogos de la obra de forma prácticamente arqueológica, sobre todo en las partes de Lázaro; pero, en vez de convertirlo todo en diálogo, mantiene el hilo discursivo de la novela en forma de la voz de narradora Lázaro que relata su vida a un interlocutor invisible. Así pues, son numerosos los apartes del protagonista, aquí hacia el público, para contar sus desventuras y justificar así su evolución como ser humano. El acierto del montaje es que estos apartes de Lázaro son advertidos por el resto de personajes, que no entienden su función (para ellos el muchacho está simplemente hablando solo), colocando a los personajes en dos planos (dentro y fuera de la ficción) y dándole la ventaja a Lázaro, que es el único que nos contempla y advierte como público presente. Ventaja, además, que juega de manera metaficcional para explicarnos que ese hilo discursivo directo con un interlocutor es una característica típica de la novela picaresca española.
Así pues, como espectadores, estamos todo el rato entrando y saliendo de la ficción a modo de distanciamiento brechtiano, pues este movimiento provoca que nos topemos, como sucede con el juego con los anacronismos, con nuestra realidad y los numerosos vínculos que tiene con lo narrado.
Toda la propuesta está regada con humor, como también lo está en la novela original. Porque sin el humor las desgracias se hacen insoportables, y sin dudarlo apartaríamos los ojos para no ver los golpes y escarnios que sufre el pobre Lázaro durante toda la obra. Y lo que pretendía el autor del Lazarillo, y también replica MIC producciones, es que miremos. Que miremos fijamente y nos llevemos la imagen de todas estas injusticias y sinsentidos con nosotros para que nunca las repliquemos. Para que, algún día, se queden bien guardaditas en la ficción y nunca más salgan de allí.
El montaje recae en solo tres actores: la magnífica María Toledo, transmutada ante nuestros ojos, de manera casi mágica, en un muchachito que pasa de la niñez, a la pubertad y finalmente a su adultez, hilarante y brillante a partes iguales; y José Luis Verguizas y José Luis Bustillo, que la acompañan conformando al resto de personajes con una maravillosa capacidad de transmutación y parodia. Los tres mantienen a la perfección el equilibrio del tenso pulso entre la comedia y la crueldad, dirigidos con el ritmo trepidante al que Borja Rodríguez nos tiene acostumbrados.
La escenografía es exigua pero efectiva: la estructura de un árbol sin hojas, metáfora misma de la escasez, y una tarima que en su verticalidad juega a ser perchero o puerta y marca la entrada a tantas nuevas vidas por las que Lázaro tiene que transitar con idénticos infortunios. El vestuario, sigue el mismo patrón, con apenas unos detalles añadidos a un Long john (o calzoncillo de cuerpo entero), Verguizas y Bustillo, cambian rápidamente del cruel ciego, al amanerado clérigo o al etéreo escudero.
Mi pequeña espectadora, que ya conocía el clásico, descubrió muchas nuevas cosas en esta versión, y rio y se espantó, a partes iguales, con las cosas que los adultos hacíamos… Y seguimos haciendo.
Auguramos una vida larga y próspera a este Lazarillo que ayer se estrenaba en el magnífico escenario de el Centro Cultural Paco Rabal con un patio de butacas lleno a rebosar. ¡Que por muchos años nos siga abriendo los ojos a través de la risa!
Por Eva Llergo
DATOS TÉCNICOS:
Vista el 18 de enero de 2025 en el Centro Cultural Paco Rabal (C/ Felipe de Diego, 11)
Versión y Dirección: Borja Rodríguez
Intérpretes: María Toleo, José Luis Verguizas y Jose Luis Bustillo
Escenografía: El Molino
Vestuario: Estrella Baltasar
Iluminación: Borja Rodríguez
Música: Luis Pérez Duque
Espacio sonoro: LaParra
Ayudante dirección: Marta Sanz
Dirección de producción: Isabel Casares
Duranción: 60 minutos
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