Por Eva Llergo e Ignacio Ceballos
Todo bebé nace poeta y todo adulto nació bebé.
(Carlos Laredo)
«¿Teatro para bebés? Pero si los bebés apenas ven al nacer, ¡cómo vamos a llevarlos al teatro!», dirán. Bueno, también hubo un tiempo en que pensábamos que la Tierra era plana y que el Sol giraba alrededor de ella. Estamos hechos para admitir el cambio (aunque a muchos les cueste creerlo) y, sí, es posible llevar a un bebé al teatro.
Hace unos 25 años no. Ojo, no nos malinterpreten: no es que los bebés de hace dos décadas no fueran capaces de asistir, presenciar y enriquecerse con un espectáculo teatral, sino que simplemente no existía el concepto. Nadie se había planteado, específica y sistemáticamente, la posibilidad de trabajar el arte dramático para un niño menor de cuatro años.
Ocurrió en Francia a mediados de los años noventa. Pero a nosotros la ola nos llegó con el cambio de siglo. En España, las obras pioneras de este tipo de teatro pudieron verse en el festival internacional Teatralia para niños y jóvenes. Pero la profesionalización llegó en el año 2000, cuando la compañía La Casa Incierta, fundada por el director teatral Carlos Laredo y la actriz Clarice Cardell, comenzó a investigar y experimentar y propuso una fórmula teatral específica para la primera infancia. Gracias a ellos, y a la residencia de la compañía en el Teatro Fernán Gómez de Madrid, vieron la luz ocho exitosas ediciones del festival Rompiendo el Cascarón para niños de 0 a 3 años. Lamentablemente, un «juego de recortables» nada infantil acabó con él en 2012. [Aunque acaba de ser «reinagurado» ahora en 2016].
Pero hay esperanza: el festival catalán El Mes Petit de Tots programa específicamente para las primeras edades (0 a 5); el festival FETÉN de Gijón continúa incluyendo entre su repertorio obras para bebés a partir de 1 año. Y no solo en los festivales se preocupan por la primera infancia: Eugenia Manzanera o la compañía manchega Ultramarinos de Lucas también le dedican un parte importante de su producción. Y, por supuesto, otros muchos profesionales que nos dejamos en el tintero para no aburrirles con una enumeración que, afortunadamente, sería larga. Sí podemos (y debemos) decir que todos trabajan con delicadeza y seriedad en este campo; cada cual con su sello personal, pero con un punto en común: un lenguaje simbólico y extremadamente sensorial. Intuimos que se les frunce el ceño al leernos: ¿simbólico? ¿Que los niños entienden lo simbólico? Nos van a permitir que, para derribar su escepticismo, recurramos a una cita de Lorca.
[El niño] está obligado a ser un espectador y un creador al mismo tiempo, ¡y qué creador maravilloso! Un creador que posee un sentido poético de primer orden. No tenemos más que estudiar sus primeros juegos, antes de que se turbe de inteligencia, para observar qué belleza planetaria los anima, qué simplicidad perfecta y qué misteriosas relaciones descubren entre cosas y objetos que Minerva no podrá nunca descifrar. Con un botón, un carrete de hilo, una pluma y los cinco dedos de su mano construye el niño un mundo difícil cruzado de resonancias inéditas que cantan y se entrechocan de turbadora manera, con la alegría de que no han de ser analizadas. Mucho más de lo que pensamos comprende el niño. […] Muy lejos de nosotros, el niño posee íntegra la fe creadora y no tiene aún la semilla de la razón destructora. Es inocente y, por tanto, sabio. Comprende, mejor que nosotros, la clave inefable de la sustancia poética.
(Federico García Lorca, Fragmento de su conferencia sobre las nanas infantiles, 1928, en Obras completas, ed. de Miguel García Posada, Barcelona: Círculo de Lectores y Galaxia Gutenberg, 1996, vol. 3).
Y hasta aquí la crónica, la teoría. Pero nos martillean las preguntas que hemos dejado en el aire… ¿De verdad aguantan los bebés una obra de teatro? ¿Se enriquecen con ello o es una excentricidad de adultos «culturetas»? Y para convencerles de lo provechoso, inspirador e iniciático que resulta, de nada van a servir nuestras palabras ni las de otro. El teatro es, sobre todas las cosas, experiencia. Tomen en brazos a sus hijos, nietos, sobrinos, etc., y llévenles a una de estas obras. Luego construiremos sobre lo ya construido. Luego podremos hablar. Habrán recordado que también ustedes fueron bebés.
Artículo publicado originalmente en la revista Rinconete del Centro Virtual Cervantes (http://cvc.cervantes.es/) el 13 de marzo de 2014. Reproducido por gentileza del Instituto Cervantes (España).
¡Viva el teatro para bebés! Sin duda, ves la «experiencia» en sus ojos. Disfrutan como enanos (nunca mejor dicho) y les hace ver el mundo con otro prisma, alimenta su creatividad y les hace sentir más y mejor. Totalmente a favor del teatro para bebés… y para adolescentes, niños, jubilados, mujeres, adultos…