Por Eva Llergo
Quizás ustedes no lo saben, pero ejercen la profesión de actor/actriz a diario. Actúan cuando dan clase, si son profesores, o ante sus hijos o nietos, si los tienen, cuando juegan o les cuentan cuentos. Actúan cuando hablan con sus vecinos del tiempo, en esos encuentros fortuitos en el ascensor, o cuando discuten con su pareja. Se trata, en todos los casos, de asumir el rol de otro “yo” (que al fin y al cabo podría ser también cualquier otro) y actuar como actuaría en esa situación, un poco (o muy) distante a nuestro “yo” auténtico”. Así de sencillo. Así de complicado. De modo que sí, podríamos decir, casi como la letra de esa famosa canción, que “lo nuestro es puro teatro”.
Aunque, en contra de lo que decía la letra, el teatro no es el arte del engaño sino la pura verdad. ¿Y todo este talento y talante natural sin haber recibido, en la mayoría de los casos, ni una sola lección de arte dramático? Figúrense entonces cómo elevaríamos nuestros niveles de empatía, como adultos, si desde niños hubiésemos sido introducidos en esta preciosa disciplina. Desde luego nos haría más transparentes puesto que nos ayudaría a ver más claramente (y no solo por instinto) cómo somos cada uno y cómo son los demás. Figúrense las repercusiones que tendría este enfoque en el mundo actual. Por otro lado (pero no por ello menos relevante), los expertos nos dicen que tanto la recepción (asistir asiduamente a representaciones teatrales) como la práctica teatral elevan exponencialmente el desarrollo integral de los seres humanos. Es evidente que el teatro mejora las capacidades comunicativas de cualquiera que se preste a ponerse en su punto de mira, y además nos conecta con todo nuestro cuerpo y sus sentidos a través de la gestualidad, el ritmo, el movimiento… En términos pedagógicos mejora nuestra psicomotricidad, nuestra adquisición de la lengua y nos hace profundizar en el hecho literario. ¿Por qué, entonces, el teatro no está más presente en las aulas? Las causas pueden ser muchas y muy variadas, pero les invitamos a reflexionar sobre ellas y a hacer frente a los escollos. Porque, sea como fuere, el teatro le pertenece de manera intrínseca al ser humano. Sí, señores, el teatro es puro y es nuestro.
Eva Llergo
(artículo publicaco el 22 de octubre de 2014 en el blog de la Escuela de Humanidades de UNIR)
Es cierto, se me ocurren muchas circunstancias en las que actuamos, como cuando adoptamos las normas y obramos en consecuencia o cuando nos presentamos a una entrevista de trabajo. También hay otras ocasiones mucho más lúdicas que nos liberan y nos hacen más reales. A quién no le gusta disfrazarse por Carnaval o vestirse para una fiesta en la que bailaremos hasta el amanecer.
Pues sí. Quizá el teatro nos acerca más a nosotros mismos y ese proceso de autoconocimiento nos acerca también a los demás desde una posición más abierta y empática.
Hace poco alguien me decía que la música es inherente al ser humano, pues si tienes corazón, tienes ritmo. Quizá esto es aplicable también al teatro y si vemos, escuchamos, sentimos y obramos según ello, no hacemos otra cosa que actuar en el teatro de la vida.
¿No hace esto entonces necesaria más presencia del teatro en las aulas?
Completamente de acuerdo, Coral. Nosotros ya estamos convencidos, ¿verdad? A ver si conseguimos convencer a los demás…