Por Sara Barquilla Guerrero
Leonard Vole es acusado de asesinar a Emily French, una ancianita adorable con la que había establecido relación casualmente, pero que resulta ser una viuda millonaria. Todo lo que rodea el caso le señala descaradamente como culpable: solo él parece tener un móvil para cometer el crimen. Sin embargo, él insiste en su inocencia, así que acude primero a comisaría a prestar declaración y después contrata al célebre Wildfrid Roberts, abogado de causas imposibles, que se presta a defenderle para salvarle de la pena perpetua.
Este es el punto de partida de Testigo de cargo, una obra de Agatha Christie de 1948, llevada al cine por Billy Wilder en 1957 y ahora representada en el Teatro Fernán Gómez. El título original del relato de la reina del suspense, “Las manos del traidor”, es menos interesante que el posterior, porque la definición de “testigo de cargo” da una pista sobre cómo se va a desarrollar el juicio. Si se desconoce el tecnicismo jurídico, simplemente se produce la sorpresa típica de este tipo de tramas de suspense. La adaptación está realizada por Roberto Santiago, quien logra rescatar la ironía y el humor en el desarrollo del juicio, cuya tensión va creciendo conforme avanzan los testimonios de los testigos.
La puesta en escena es sencilla pero muy elegante. A ambos lados del escenario se disponen unos bancos negros de piano que acotan la zona de representación, muy versátiles porque son fáciles de mover y ubicar en escena a la vez que sirven para guardar elementos, sobre todo aquellas pruebas que se aportan en el juicio. El foro es una pantalla gigante que proyecta dibujos a carboncillo de las escenas que se suceden; este recurso es especialmente ilustrativo a lo largo del juicio, pues recuerda a los dibujantes que realizaban instantáneas de primera mano del pleito captando las expresiones de testigos, abogados y demás participantes del evento. En varios momentos, la pantalla proyecta un texto narrativo que se va mecanografiando, ofreciendo unos datos imprescindibles de las coordenadas espacio-temporadas, pero sobre todo conecta al público con la mente creadora de la intriga, Agatha Christie. Un último elemento fundamental de la puesta en escena es la música en directo del piano, que ameniza las transiciones y subraya la tensión de la trama.
Testigo de cargo es una obra centrada en el discurso, pues se trata de un juicio en el que tanto fiscalía como defensa se esfuerzan en convencer al jurado popular de su verdad. Este se ubica simbólicamente en las primeras filas del teatro y a él se dirigen constantemente los letrados. No es una ruptura de la cuarta pared, sino que el teatro se ha transformado en una sala de audiencias. Esas palabras tan sutiles, tan matizables, tan manipuladoras, son pronunciadas por personajes que visten de forma pulcra y elegante, como se espera de tal época y situación: trajes de chaqueta masculinos y femeninos, sombreros, capas, todo en una paleta básica de blancos, negros y grises. Algunos actores doblan el personaje, como el juez que antes había sido mayordomo del abogado o uno de los testigos, policía de Scotland Yard y médico forense. En ambos casos, los actores muestran destreza en el cambio de rol. No obstante, el gran peso de escena recae sobre el acusado, su pareja y el abogado defensor, Bruno Ciordia, Isabel Stoffel y Fernando Guillén Cuervo respectivamente; los tres actores son muy convincentes en su papel y llevan al público de la mano a través del proceso judicial.
El pequeño espectador que me acompañaba disfrutó del suspense que se mascaba en la representación y siguió la trama con mucho interés, a pesar de ser una representación donde el texto tiene todo el protagonismo. Este éxito de atención se debe a la buena dosificación de la intriga, las réplicas humorísticas y, sobre todo, la constante sorpresa. El público se cree poseedor de una verdad pero nada más lejos de la realidad. Agatha Christie, especialista en engañar al lector (en este caso espectador) en un juego de espejos donde se multiplica lo reflejado, maneja la información para que llegue en su preciso momento y entonces… nada es lo que parecía.
Por Sara Barquilla Guerrero

DATOS TÉCNICOS:
Vista el domingo 12 de enero de 2025 en el Teatro Fernando Fernán Gómez (Madrid)
Versión: Roberto Santiago.
Dirección y espacio escénico: Fernando Bernués.
Reparto: Fernando Guillén Cuervo, Isabelle Stoffel, Bruno Ciordia, Adolfo Fernández, María Zabala, Markos Marín, Borja Maestre (a partir del 1 de enero le sustituye José Cameán) y Nerea Mazo.
Diseño de iluminación: Ciru Cerdeiriña.
Música original y audioescena: Orestes Gas.
Diseño audiovisual: David González | 2VISUAL.
Diseño de vestuario y caracterización: Elda Noriega (AAPEE).
Ayudante de dirección: Virginia Rodríguez.
Diseño gráfico y fotografías: Javier Naval.
Ilustraciones: Irune Aguirreazaldegui.
Producción ejecutiva: Beatrice Binotti.
Dirección de producción: Nadia Corral.
Distribución: ConTablas Distribución.
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