Por Eva Llergo

Daniel J. Meyer, el autor de A. K. A., afirma haberla escrito en una sola noche. Entendemos que en una noche de insomnio provocada por una rara fiebre: la literaria. A veces suceden estos milagros. Los planetas se alinean y uno vuelca sobre el papel algo que parece un exabrupto, un vómito, un estallido… Pero que está muy lejos de tener la anarquía, la inconsistencia o el sinsentido que suelen tener los arrebatos.  Cuando uno contempla el resultado final asume que lo que acaba de plasmar está a años de luz de la escritura automática. Un largo recorrido traducido en experiencias y reflexiones que se ha pergeñado durante meses, tal vez años, en su interior. Un bebé que pasa, aparentemente de los 0 a los 9 meses en un instante y que lucha por nacer y que cuando lo hace tiene, como por arte de magia, cinco dedos en cada mano y cada órgano en su sitio. Todo lleno de belleza y sentido.

El bebé de Daniel J. Meyer se llama Carlos. Alma de la obra, no solo por ser esta un monólogo, sino porque posee el encantador carácter, el magnetismo, de la osadía mezclada con la inexperiencia que solo puede ostentar un adolescente en su más pura esencia. Carlos posee el coctel teen por excelencia: hablar a toda pastilla una jerga propia, una adicción acrítica a su móvil, un flirteo light con los porros y la bebida, ser amigo de sus amigos (los tetes) y tener la justa dosis de irreverencia con sus padres. Un retrato estándar del adolescente medio, sin pretensiones y sin críticas. Lo justo para que cualquiera que pase por la sala se pueda sentir identificado con él. Con todo, es imposible, como adulta, no encariñarse con Carlos desde el minuto 0. Probablemente, aparte del texto de Meyer, la culpa de esto la tienela magnifica actuación de Lluís Febrer, que aquí ha tomado el testigo a Albert Salazar encarnando a Carlos. Ese chaval canalla, que con su encanto, frescura y optimismo nos tiene a los dos minutos a todos en el bolsillo.

Y no es fácil transmitir ese encanto cuando en los 75 minutos de obra, Febrer tiene además de hablar a un ritmo endiablado, montar en monopatín, bailar hip-hop y break dance y darse la réplica encarnando a su madre, su padre, sus profes, sus compañeros de terapía y a su reciente novia Claudia. Porque sí, aunque a veces se nos olvide, Febrer está solo en escena todo el rato. ¿O no? Tal vez no, porque nosotros, el público, no tenemos derecho a réplica, pero estamos ahí y significamos. Porque, no casualmente, alrededor del escenario están sentados sus padres (¿o son dos espectadores que, por azar, tienen la edad que deberían tener sus padres?) y sus amigos (¿también casualmente año arriba, año debajo, de su edad?). Hasta mi acompañante, sentado a mi lado, resultó ser ¡el profesor de matemáticas de Carlos (que además le tiene manía)! Así pues, todos nosotros, su público, le acompañamos durante la función, siendo mucho más que meros espectadores; elevados, por obra y gracia de la magia teatral, a la categoría de personaje. Y, personajes o no, transitamos con Carlos por la montaña rusa de su vida adolescente (clase, baile, salir con los amigos, ir a terapia, discutir con “los viejos”, conocer a una chica, enamorarse); todo a ritmo de hip-hop y con un dinamismo vertiginoso en una puesta en escena (obra y gracia de la directora Montse Rodríguez Clusella. Hasta que un oscuro suceso irrumpe en la vida de Carlos y el dulce transcurrir de su adolescencia, donde todo va “razonablemente bien” y “no hay razones para quejarse”, se torna una auténtica pesadilla. Sin adolecer de falta de ligazón en la trama, hay tanto contraste entre la primera mitad de la obra y la segunda, que a menudo tenemos la sensación de que alguien “nos ha cambiado el canal”. En realidad, todo se nos venía anunciado con ciertas pistas: que Carlos es adoptado, que proviene de alguna región árabe (tal vez Siria), que su pelo (que siempre tapa con la capucha de su sudadera) delata su verdadera procedencia… ¿verdadera? Pero, ¿es que acaso se es más de donde se nace que de donde se vive? ¿La identidad es un concepto propio o ajeno? ¿Somos lo que somos o lo que los demás piensan que somos? Esas son algunos de los interrogantes que se lanzan en la segunda mitad de la obra. Preguntas que desvelan el sentido de su título. Preguntas cuyas respuestas, de ofrecerse, van directas a la tragedia.

A.K. A. es una obra escrita para el público juvenil pero que impacta por igual en el público adulto. Nos pone el espejo delante para que no solo hagamos un autoexamen individual, sino que nos habla de nuestras esperanzas y miserias como sociedad.

La obra fija su “calificación por edades” a partir de los 12. Pocos pequeños espectadores de esa edad circulaban por las butacas del Teatro Quique San Francisco ayer, aunque mayoritariamente el público podría ser calificado con un indeterminado “joven”. Mis pequeños espectadores, cada vez más exigentes con que el lenguaje teatral les interpele directamente en su incipiente adolescencia, le otorgan un sentencioso visto bueno a que el montaje cuente con prestigiosos premios teatrales como dos Premios Max (autoría revelación para Daniel J. Meyer y actor protagonista para Albert Salazar), cuatro Premios Butaca (espectáculo de pequeño formato, texto, dirección y actor), tres Premios Teatre Barcelona (texto teatral, obra pequeño formato, dirección) o un Premio de la Crítica (mejor actor). El montaje ultra dinámico les enganchó desde el minuto 0 y la calidad del personaje y el drama humano presentado les propició llevarse la obra con ellos. ¿No es ese el mejor indicativo del buen arte?

Por Eva Llergo

 

DATOS TÉCNICOS:

Vista el 18 de septiembre de 2021 en el Teatro Quique San Francisco (C/Galileo,39

FICHA ARTÍSTICA:

Dramaturgia: Daniel J. Meyer
Dirección: Montse Rodríguez Clusella
Reparto: Lluís Febrer
Ayudante de dirección: Daniel J. Meyer
Coreografías: Guille Vidal-Ribas
Iluminación: Equipo A.K.A.
Diseño de sonido: Daniel J. Meyer
Escenografía: Equipo A.K.A.
Técnico en gira: Manu Martínez Torrent
Regidor: Macarena Hernández
Fotografías: Ona Vilar
Logo: Quim Ávila
Distribución: Fran Ávila
Producción: Associació Descartable
Colaboración: La brutal, Fortià Corominas

Fotos extraídas de la web del Teatro Quique San Francisco

En cartel hasta el 01 de octubre

Jueves y viernes a las 20:00
Sábados a las 19:00 y 21:00
Domingos a las 19:00

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