“El niño no sabe qué es poesía, es poesía”

Por Lidia López Teijeiro y Marta Larragueta Arribas

En el mes de diciembre de 2018, tuvimos ocasión de entrevistar a propósito del espectáculo de Boh! a sus creadores, Antonio Catalano y Carlos Laredo. Este texto que ahora ve la luz es el fruto de una conversación distendida donde la filosofía, el teatro y el buen saber hacer se fueron entremezclando en el acogedor espacio de la Quinta de los Molinos.

Lidia López [L]: Me gustaría empezar preguntándonos qué es Boh! y cómo habéis concebido este proyecto.

Antonio Catalano [AC]: En italiano “Boh!” quiere decir no sé, no se sabe. Es una exclamación: no sé, no sé nada. Se puede relacionar con la condición de no saber nada, con  la gran filosofía moderna. A un gran maestro, si es una persona honesta,  si hoy  le preguntases por grandes cuestiones de la vida,, te diría “no lo sé”. Nadie sabe nada. Esa es la verdad. La verdad es no saber.

Hay un cuadro en el Prado [en el Museo del Prado] muy importante para la historia de la pintura mundial de Goya. Se llama “El perro”, donde hay un perro mirando que está detrás de una colina. Es un gran misterio, porque fue pintado por un artista muy maduro capaz de meter una condición humana en un animal. ¿Qué hay allí? ¿Qué hace allí? ¿Por qué está allí? Es muy interesante. Todo eso ha salido de esta filosofía  e idea de que el perro está mirando otro universo, no sabemos cuál, otro diferente.

 Boh! Tiene como subtítulo “El tiempo del alma” a partir de esta idea filosófica. Nosotros trabajamos muy a menudo con esta idea de encontrar un pensamiento. Para nosotros un pensamiento es como la tierra, permite sembrar otras ideas, otras cuestiones que luego crecen. Hemos puesto un personaje viejo, en un recorrido de vida. Cruza la alegría, cruza el abandono, el amor, el llanto…. Pero sin embargo, se coloca en otro tiempo, un tiempo del alma donde muy probablemente, este viejo, esta persona, busca todavía explorar. Esta persona comprende que para explorar hay que partir de aquello que nosotros llamamos alma. El alma, en lo más profundo, sabe todo, sabe la verdad. Solamente hay un problema:  es necesario dar voz al alma, pero nosotros somos una dificultad. El problema soy yo. Si yo me quito, le doy la voz al alma, es  ella quien habla.

Para mí, hacer un teatro infantil es hacer un teatro muy adulto, grande, como dice Jacques Brel en una canción. Es difícil hacerse  grande sin  hacerse adulto, porque adulto es la negación de lo grande. Yo no quiero ser adulto. Grande tiene dentro de sí, la vejez, la juventud, la infancia… Nuestro teatro es para adultos pequeños, para grandes niños, porque los niños saben ser grandes, el adulto no. 

Normalmente se considera el teatro infantil de segunda categoría, de serie B, pero es un error, no es cierto. Nuestro espectáculo es un espectáculo para todos, no hay un código. ¿Por qué para todos? Porque los actores, él y yo, estamos en una condición de escucha, de escuchar el humor del público, esta es la idea.

L: Me gustaría saber cómo han sido los ensayos con público, si ha venido mucha gente, las expectativas, la recepción de vuestra idea…

Carlos Laredo [CL]: Hemos tenido mucha gente. Para nosotros ha sido una especie de descubrimiento. El trabajo de la “cocina” normalmente es cerrado, no se accede a él. Es como una especie de lugar donde se puede crear como ideas equivocadas, o tan siquiera imaginar “Bueno, aquí estamos, esta es nuestra cocina”. Antonio decía que era la oportunidad de quitar la noción de estreno, y por tanto quitar  esa forma de entender el tiempo. Nos ha servido para hacer que un actor fundamental de este trabajo sea el humor. Sin el público no hay humor, y si no hay humor no hay atmósfera, el tiempo no se puede dilatar. Es como cuando tienes una tarta, ¿no? La tarta es bonita pero lo interesante es meter el dedo. Traer al público nos ha permitido meter el dedo antes de ponernos en una condición de cosa terminada. Nada está terminado, todo está en movimiento, de acuerdo con una filosofía donde las cosas crecen, maduran, desaparecen, aparecen otras… es otro tiempo, es un tiempo para probar, para experimentar. Para nosotros ha venido bastante gente, unas 20 personas, y  han participado de la creación haciendo, hablando, pensando, diciéndonos. Hay personas que han venido  hacia el final y nos han dicho “en el momento no podía deciros nada pero ahora que lo he pensado pues esto, esto otro…”. Luego también han surgido cosas concretas, técnicas, que dentro tú no percibes. Necesitas que alguien te mire desde fuera para decirte que la taza que estás llevando es oscura o que no se ve en tu traje. Ha habido un retorno del público,  algo que pasa en todas las funciones pero que en la creación es un ingrediente que está normalmente fuera. Meterlo dentro es esencial, sobre todo por como actúa Antonio, con una escucha permanente y un querer llevar al público a un lugar. Él llega con el público, y el público a veces camina a una velocidad, a veces a otra, siente de una manera, siente de otra…Esa escucha nos ha servido para percibir cómo se puede romper con el tiempo cronológico, con el tiempo que ahora nos mueve.

L: ¿Tenías alguna expectativa con respecto a la audiencia participante del espectáculo? Niños, adultos, un número máximo…

CL: Para niños y adultos.

AC: Un número abierto. Este espectáculo, cuando vayamos de gira, será completamente abierto.  Cuando estuvimos haciendo el otro espectáculo en Matogrosso, fue en un teatro para 200 personas, y no hubo ningún  problema.

CL: No actuamos para más de 10000 espectadores, normalmente [risas].

L: ¿Boh! Ha sido concebido para otros espacios o lo preparasteis a propósito para desarrollar aquí [en Espacio Abierto Quinta de los Molinos]?

CL: Ha nacido aquí, ha sido fecundado y concebido aquí. En otros lugares será de otra manera. Aquí tiene una dificultad muy grande, por ejemplo, porque tenemos una caña de pescar y para una caña de pescar se necesita altura.

L: ¿Qué opinión os merecen espacios como Espacio Abierto Quinta de los Molinos, tan diáfanos, tan abiertos a la danza, al teatro infantil y juvenil?

AC: Para mí, lo que sucede aquí es muy importante porque más lugares deberían de ser así, sitios donde se pueda crear, danzar, trabajar, estudiar. El teatro es un producto abierto. Estamos habituados a trabajar siempre de manera muy cerrada, no solemos incluir la escucha en sitios que son muy cerrados.

CL: Provoca como  miedo,  miedo de mostrar el trabajo, de abrir aquí, y allí…

AC: Miedo, sí.  Yo creo que el arquitecto, César Cort, con su concepción  del jardín abierto a la agricultura, ha dado un ejemplo de cómo es necesario abrir el mundo. La agricultura  conecta con la poesía, porque el parque  es muy poético, la poesía, el recorrido, los caminos, la mirada, todo está muy pensado Parece que  jardín de La Quinta de los Molinos es el espacio del alma del arquitecto. Nos ha dado permiso para entrar en su alma. Y  es interesante  justo por cómo lo ha visualizado. p  como una gran metáfora, de  un recorrido iniciático,  para  descubrirnos, donde continuar explorándonos a nosotros mismos.

Los lugares diáfanos son muy importantes. Aquí, el espacio para los niños pequeños, el espacio para comer, el restaurante…  todo. Se nutre el alma y se nutre todo, no está separado. La idea de que hay que alimentar el alma pero no alimentar  el cuerpo es un error.. Se tiene que unir todo: somos europeos, no somos orientales. Los europeos comen. Hace falta comer y alimentarse de todo.

L:  Los más pequeños han colonizado tanto la programación como el espacio. Aquí los niños juegan descalzos, cuando en otros sitios las programaciones infantiles están muy “dirigidas”.

AC: Hoy ha pasado una cosa muy importante en el espectáculo. Hemos hecho la introducción del espectáculo con un limón: él, yo, un limón, porque alguien del público vino con un limón: ahí está la belleza de la poesía. Un niño llega  con un limón; es una forma muy interesante de expresar que  quería participar.

CL: Y tenía un conflicto grande porque sentía un  miedo enorme. Quería ir pero tenía miedo, ir, pero miedo, ir pero miedo.

María San Martín, Quinta de los Molinos: Este niño ya  había venido antes, el jueves o el viernes

AC: Ya  había visto nuestro espectáculo dos o tres veces…

CL: …y ha vuelto con el limón.

CL: Antonio visita muchísimos teatros en el mundo y yo también, hemos ido a muchos sitios, y es muy difícil encontrar un lugar donde todas las personas, las que limpian, las que trabajan en la cocina, las que se encargan de la escuela, participan. Todo ese ambiente es único, es muy difícil encontrar una armonía así, un sitio amable, amoroso, que cuida.

AC: Nos hemos sentido protegidos.

CL: Muy protegidos. Los indios guaraní tienen una mitología en la que el dios es un ser frágil al que hay que cuidar.  El dios se refleja en una planta de maíz que nace, en un niño… Le cantan al dios, a ese ser frágil que todavía no es completo, que todavía necesita ser cuidado y que sobre todo necesita que se le cante, que se le dance, que se le cuenten las historias y las memorias que lleva dentro pero a las que no tiene acceso. Es como si un ángel hubiese capado su posibilidad de hablar ¿no? En la Quinta de los Molinos es un poco así, uno se siente como acogido, cuidado, mimado…

Han venido a las pruebas hasta los alumnos de la escuela de cocina. Antonio les ha invitado a entrar en el escenario y de pronto pudimos ver seres humanos que tienen una potencia de estar, que llevan consigo una carga dramática, secreta y desconocida y el centro cultural les permite ser otra cosa distinta  de cómo la sociedad mira al inmigrante, al oprimido, al despreciado, al invisible. Este centro cultural tiene la particularidad de hacer que los invisibles estén, que la señora de la limpieza venga aquí, que participe. Nos ha  cosido la bufanda de la paloma y  ha venido cuatro veces: “a ver, no sé, no sé cuántos…quiero mostraros…”. Esto no pasa nunca porque estamos en oficios separados. Aquí dentro entre los distintos profesionales  es como una cosmogonía, todo el mundo está con lo que se está creando. ¿Sabes? Muchas veces tenemos la sensación de que vamos a un centro cultural y el artista incomoda.

AC: Si, es cierto…

CL: …molesta, porque….

AC: Yo molesto… [Risas]

CL: … porque tiene horarios diferentes, porque mueve la energía…Y para el que es funcionario de función, y que no sale de ahí, es un conflicto. La mayoría de los espacios tiene una enfermedad, un cáncer, no sé cómo llamarlo, todo lo contrario de lo que se propone aquí. La energía se siente, transmite, una corriente que hace que lo que se hace aquí, se multiplique, se potencia, ¿Que los niños están a gusto? Claro que están a gusto, pero están a gusto porque están en un sitio que es muy acogedor, muy hogar: están descalzos, juegan, es familiar…El niño parece que molesta en muchos sitios, en lugar de ser visto como una fuente. Es una fuente. Más allá de que sea un ser que nos permite llegar a otra cosa, nosotros tenemos que ir a las fuentes: del lenguaje, del movimiento, de todo lo que sea… El niño tiene la fuente en su mano y cuando los niños entran dentro de este espacio, son maestros, para nosotros son los maestros que guían el camino

AC: Sí.

CL: Porque pueden decir boh!, sin necesidad de que sea una impostación.

AC: Yo creo que son los maestros, y no solo los maestros, sino magos, ven mundos invisibles, hablan de mundos invisibles, son magos, son chamanes, nos toca a nosotros escucharles.

CL: Te ven por dentro y por fuera

AC: Somos nosotros quienes tenemos que tener la disposición para escuchar. Debemos quitar el teatro como barrera, debemos parar  el teatro como barrera Esta es una cuestión sobre la que llevo mucho tiempo reflexionando, de lo que en italiano se llama “abbandono”. “Abbandono” quiere decir donar. Yo he abandonado el teatro porque quiero hacer teatro de verdad, abandono el teatro porque quiero reencontrarlo a la condición de apertura. El teatro se abre, se abre al mundo, para bien y para mal, se abre…

L: ¿Qué tenemos que hacer, para hacer teatro infantil y juvenil “bueno”?

AC: Para mí el teatro infantil bueno tiene que adormecer. [Risas]

CL: Pero no como una tele… [risas]

AC: ¿Por qué debe adormecer?… Porque cuando tú cuentas una historia, el niño se queda dormido, pero cuando se despierta, no se ha perdido nada. Nosotros formamos parte de un sueño, y podríamos venir aquí y hacer que se duerman todos, tranquilos, pero no se habrían perdido nada. Eso es un sueño, un lugar de sueño, un estado del alma. Dormir, y que cuando te despiertas, no te has perdido nada, no hay trama, no hay dramaturgia, hay evocación.

CL: Pero es importante, Antonio, explicar lo que es un teatro negativo, en el sentido de hipnotizar. El niño está hipnotizado porque hay una televisión, ese es otro pensamiento…

AC: No, no, no es eso.

CL: [el teatro]… es más dormir como adormece una antigua canción de cuna, como las canciones de cuna de la tradición española…

AC: Es dormir dulcemente, no es el dormir neurótico.. La belleza del sueño, porque en el sueño [de dormir], está el sueño [de soñar].

Nosotros trabajamos en torno al sueño (de soñar). Es un espectáculo que es libre de estructura, que tiene mucha improvisación. Se necesitan muchos años para improvisar, llevo treinta, cuarenta años. Es por eso que soy viejo [risas]. Es como una improvisación jazzística, el jazzista cuando va, como Naná Vasconcelos, no lo prepara, porque él lo tiene en mente y trabaja inventando, pero eso es fruto de treinta, cuarenta años de trabajo. Es una voluntad de la mente, la improvisación, no es una palabra más

CL: Además el trabajo de Antonio es un trabajo que crea un espacio fuera de la razón, o por lo menos lo pretende, necesariamente tiene que contar con el inconsciente del público. El inconsciente abre un mundo onírico que alimenta al artista y al niño.

AC: Yo no hablo a la racionalidad, yo hablo al mundo espiritual. Hablo al mundo ilógico, irracional. No hablo a lo racional, es una posición completamente distinta.

CL: Poética.

AC: Es como el amor, el amor, para mí, no es racional, es una locura. Hay que devolverle al amor la idea de locura, es una cosa para los locos. No es una cosa normal, el amor nos tiene que trascender, no tiene nada que ver con la razón . El amor se coloca en lo irracional, en la no razón.

CL: Tiene una fuerza física.

AC: Si tuviera que definirlo, aunque es difícil, el amor es la fuerza de gravedad del alma. Si en la realidad, la fuerza de gravedad es la que conocemos, en el alma, la fuerza de gravedad es el amor. Todo precipita en el amor. Naturalmente, el amor es complejo, entendámonos. Pero a mí me gusta pensar en el teatro como un acto de amor, un acto de cuidar a alguien y también a mí mismo. Cuidarnos, juntos, con un doctor que está un poco loco; que nadie se dejaría curar por un doctor loco, en la realidad, pero nosotros sí. Hay un dicho que sigue así: “cuando el loco habla, abre las orejas, porque cuando un loco habla, dice la verdad”. Y él [refiriéndose a Carlos] está loco, yo no. 

L: Aquí solemos decir que los niños y los locos siempre dicen la verdad.

AC: …y los artistas [risas]

CL: El poeta, el niño y el tonto puro.

AC: El tonto, si, el que no sabe.

L: ¿Qué otras compañías o personas creéis que pueden estar haciendo un buen trabajo en teatro infantil y juvenil?

CL: Yo he estado dirigiendo Teatralia, donde pasaban cuarenta compañías cada año, en nueve años, ¿Cuántas son? ¿Cuatrocientas? Y en Italia hay grandes artistas que han hecho buenas cosas en este sentido. Aquí se consideraba teatro infantil el que estaba hecho por niños, no el teatro hecho por adultos que era para niños. Yo creo que es  un error cuando se considera  el niño como un destinatario y a ese destinatario como algo  finito.  No hay dos niños diferentes, a la  entidad que se llama niño, infancia,  no se le puede atribuir un único modelo, una receta, una fórmula, una forma de hacer. ¿Se puede, se debe cortar los sentidos y decir “si hacemos música va a ser todo en staccato, si utilizamos los colores van a ser solo los colores primarios”?  Vamos a reducir, porque como el niño es más pequeño de tamaño, tenemos que reducir el universo para que entre dentro.. Nosotros creemos que un niño es un ser infinito y que nosotros estamos mucho más cerca de ser finitos. El reto es completamente diferente. Tú te diriges al cosmos  y tus capacidades son muy limitadas, tus capacidades de transmisión, de evocación, de expresión de emociones, tus capacidades sensibles. Un niño tiene un arco sensorial de oído, de olfato, de tacto, de sinestesia con un recorrido mucho mayor.. Es el público que más exige por causa de colocarnos en la fuente del sentir, de pensar de manera creadora como se crea el lenguaje, en el balbucear. Lo que hace un niño naturalmente en su vida cotidiana, es lo que pretende hacer un artista: buscar, descubrir… es el motor de la curiosidad. Y es también conectar cosas. El niño lo hace constantemente, conectar palabras que no tienen nada que ver, conceptos que no tienen nada que ver.

El teatro considerado para niños que reduce, tiene que ser lo contrario, el embudo no tiene que estar puesto como si yo fuese el lado grande, infinito. Es al contrario, tienes que saber que te diriges a un ser cósmico, no sabe qué es poesía, es que es poesía. Los niños nacen poetas.

AC: Pero esto que él te dice es una batalla quijotesca. Desistamos de esta batalla y seamos felices.

Por Lidia López Teijeiro y Marta Larragueta