Por Marga Díaz Satué y Luis Pradilla

La casa, vaya temazo ahora que estamos hartos de estar encerrados en ella. … los que tenemos la fortuna de tener una. Otros en cambio están hartos de no disponer de ese espacio personal. Pues este “temazo” es el que propone Lucía Miranda, directora del grupo Cross Border Project, para su nueva pieza. Y con la generosidad de costumbre, han decidido compartir una vez más su trabajo con el público, con ese público que somos a la vez partícipe y co-creador de sus propuestas. Como ya es habitual las reflexiones, ideas, propuestas, hallazgos y motivos de inspiración se van plasmando en un cuaderno de campo donde los adeptos pueden seguir todo el proceso, una radiografía.

Esta vez, además, decidió compartir su proceso siguiendo el formato habitual de sus espectáculos: el teatro foro. Para eso convocó a amigos, alumnos, vecinos, familiares y gente maravillosa de esa que responde a un “¿puedes venir a ayudarme en mi experimento?”. Y allí nos colamos las mentes curiosas de El Pequeño Espectador, a cotillear aquel “experimento”. Y un experimento era: a pesar de quedar algo ralentizado por la propia dinámica, lo más duro y valiente fue mantener el formato pese a todo, pese al COVID. El público podía intervenir subiendo al escenario como siempre, pero la pandemia obligaba a limitar el número de personas en escena, a mantener la distancia a través de puestos fijos en la mesa, a que cada persona que quería subir tuviera una silla limpia y diferente; las discrepancias se mostraban con un baile, y quien subía regalaba un corazón de buen rollo al que estaba en la mesa de ponentes, para que le dejara su silla. Una estructura pensada para entretener, dar ritmo al contenido y mantener un entorno seguro que desde luego funcionó, sin distraer demasiado ni interrumpir el hilo de los discursos. La gente subía y bajaba del/al escenario, en un delirio casting de vivencias y opiniones, solo pautado por los toques de campana que separaban un plato de otro. Y quizá por eso, el trasiego podía recordar, a ratos, al de un concurso de televisión, de esos de trampillas, o a un debate de los de micros que se bajan al acabar el turno.

El clima venía propiciado, como siempre, desde el principio: un par de dinámicas para “romper el hielo”, abrirse a conocer otras personas e ideas, para expresar el pensamiento propio e iniciar la reflexión: ¿quién se resiste a mandar un audio de whatsapp desde el anonimato con un pequeño primer comentario? Lucía Miranda es una gran profesional que lleva años trabajando la creación en grupo, y propone el trabajo desde el cariño, sin imponer ni agredir con las palabras ni con las actitudes, y por eso propuso un código de interpelación que rápidamente aceptamos todos, sumando el elemento lúdico a través del baile: solo emulando a John Travolta era posible rebatir una opinión. Y mientras tanto ella, siempre atenta, moderaba con discreción desde el centro del escenario o desde el rincón de la campana.

La mesa, su liturgia de platos y sus invitados preferentes fueron el primer detonante planteado desde la diversidad: diversidad, adolescencia y saberes ancestrales son ejes básicos de las propuestas de Cross Border, y sí, alguno de los invitados apenas acaba de abandonar la adolescencia. Para profundizar, se despliega un menú a través de platos-pregunta, que el público fue consumiendo tan  obedientemente como apasionado, según el protocolo:

MENU

Entremeses

¿Qué es casa para ti?

Primer plato

art. 47 (Artículo 47 de la constitucion española)

Segundo Plato

¿Se está mejor en casa que en cualquier sitio?

Postre

¿cuándo dejaste de llamar a la casa de tus padres “mi casa”?

Café copa y puro

Se habló de leyes, metros cuadrados, dignidad, del poder de los colores, de las ciudades que enamoran, de la familia, del cuerpo y el baile como refugio, de la rebelión, el idioma como hogar, la necesidad de un lugar desde el que reconstruirse uno mismo.

Los temas no se agotaron fácilmente, siempre quedaron ideas por expresar y la pila de sillas para el público tenía tal rotación que Belén de Santiago y Ángel Perabá trabajaron casi a destajo para higienizarlas.

Casas sin poseedor, compartidas, heredadas, alquilada, nómadas y caparazones.

«La casa es el colegio» dijeron un par de personas. En ese caso los profesores son los padres y el amparo solo está fuera de la casa.

«Casa» decimos en el juego para que no nos pillen, el lugar donde no te pueden hacer nada, donde tomar aire hasta poder volver a salir, a seguir jugando.

Al escenario subió gente de verdad, deseando hablar y contribuir al menú. Buenos comensales para el reto, muchos veinteañeros peleones y clarividentes, blandiendo conceptos y emociones, bailando acuerdos y desavenencias. Vidas complicadas – todas lo son, pero algunas especialmente- con el techo como fondo o el suelo como aspiración.

Y al final el Café, Copa y Puro, fueron servidos en bandeja sonora por Nacho Bilbao, con todos los audios de whatsapp como ingredientes y un marco musical de su propia cocina: una píldora sonora preparada con cariño y premura para ese momento final del banquete en que, con la tarea ya realizada, uno se relaja y se relame recordando todo lo que hemos degustado.

Y todo esto en realidad no fue más que un aperitivo: mientras el equipo sigue trabajando en las cocinas del Cross Border, nosotros salivamos esperando el momento de sentarnos en nuestras butacas y no levantarnos de la mesa hasta haberlo degustado todo, todo.

Por Marga Díaz Satué y Luis Pradilla

Evento celebrado el 22 de enero en el Teatro de la Abadia

Fotos extraídas una captura del Cuaderno de Creación y de la página de Facebook de Cross Border Project