Por Lorena Cámara

En una mañana lluviosa de paraguas destemplado parece, desde casa, que la opción más apetitosa es envolverse en una manta y esperar a que pase la neblina. Sin embargo, si eres afortunada, como lo fuimos mi acompañante y yo, puede ser que tu mañana de sábado comience en una sala de teatro llena de magia, cerquita, bien cerquita del escenario. El espectáculo va a comenzar, apaguen sus teléfonos móviles y les recordamos que no está permitido estar sin mascarilla en la sala.

De entre el público, sale un hombre de camisa de cuadros, cara amable y ojos claros que mira al público de forma directa, como si formase parte de tu entorno más cercano: estás en casa. La escenografía es sencilla, una pieza central con un zigzag y dos laterales con lo que parecen ser cajas de cartón y unos ramilletes vegetales. Tracalet, el protagonista, nos presenta su historia de vida, en la que cada 25 de noviembre, en su pueblo Vinaroz, existe la tradición de estrenar zapatos nuevos para conmemorar un año más de crecimiento y se come un pastelito en el río. Mediante un bellísimo juego de manos y cajas, donde se entremezclan construcciones de cartón, se nos transporta al mundo simbólico de la escalera, de muñecas mastrioskas, y combinatorias horizontales y verticales para sentirnos reflejadas de alguna forma en todas ellas. El texto es un auténtico cuento infantil “una caja pequeña, pequeña, pequeña” cuya repetición nos sumerge en la estructura adecuada para que nuestros pequeños espectadores enganchen con la historia, suenan canciones, hay diferentes tonos de voz y se nos recuerda el objetivo del protagonista cada cierto tiempo. “Un paso, cien y una caja de zapatos”, y la obra, ya tiene a todo el público entusiasmado y en el bolsillo. Comienza el viaje.

Con una escena de ritmo táctil, se ensalzan y agudizan los sentidos, y la música acompaña a una deliciosa marioneta que sale de una de las caras de la caja. Unos zapatos sostenidos por dos fragmentos de cuerda dan vida a los pies de Tracalet que deberá recorrer su camino hasta llegar al río. Sencillo, sutil, fabuloso. Estos pies surcan las tres direcciones del espacio para fantasear con un sendero, un columpio o incluso un ascenso hacia las nubes. Una recreación de situaciones posibles cargada de hermosura donde la versatilidad de las cajas y la destreza de las manos de su manipulador Tian Gombau nos deslumbran. El protagonista de carne y cuadros es ahora una caja de zapatos.

Así, Tracalet, comienza su recorrido hacia el río. Para ello la pieza zigzagueante central se despliega y acompaña a este caminar en un gesto redondo que acude a la coherencia semántica mediante la forma. En este viaje iniciático el niño deberá pasar por varias casas de vecinos del pueblo, cajas que cobran vida y se transforman en edificios y estos nuevos personajes. Existe un doble juego de escalas constante entre personaje y caja que permite al espectador tomar el telescopio y el microscopio para disfrutar de la historia desde diferentes puntos de vista.

El camino se hace al andar. Una casa desenrolla las persianas con un ronquido y temores; otra casa con ventanas abiertas le da consejos a nuestro protagonista; y de pronto, bajan las luces para mostrar la casa de un músico artista, una de las caras de la caja se abre y da paso a un teclado ondulante y una melodía acompasada de piano. La belleza es tal que se ve sublimada por la aparición de un barco que surca el mar de teclas tras un sonido marino. La peque de la primera fila dice lo que todas estamos pensando al terminar esta escena – ¿se ha acabado? No queremos que lo haga.

Lo siguiente, arenas movedizas, y con un acto de magia, los ramilletes, salen a escena con una base de calcetines. Tracalet atraviesa el cañaveral donde una serie de animales le acompañan, las manos se transforman en pájaros de zapatos rojos, en abejas que vuelan por todo el escenario, y por fin, nuestro protagonista de cartón, ha llegado al río. El doble juego constante entre lo simbólico y lo real, entre el niño y el adulto, es realmente asombroso y delicado.

Con tanta exaltación, al niño se le ha hecho tarde y aunque debía volver a casa antes de que anocheciese, la noche cae sobre la ciénaga con sonidos inquietantes y cierta tensión, y Tracalet queda atrapado en las arenas. Los zapatos nuevos se le han ensuciado. Por suerte, siempre existen personas que le ayudan y le permiten volver a su camino. En su retorno, la amable casa de ventanas, Teresita, le cuida su rasguño, le limpia y le acaricia. La casa de ladrillo y persianas cerradas, por fin despierta y recuerda que también ha sido pequeño. La maravillosa silueta de un pianista retroiluminado anuncia su proximidad al pueblo. Un fino hilo de detalles hilvana esta preciosa historia sobre lo que supone crecer y cada paso que damos.

Así, Tracalet creció, “siempre crecemos”, y un salto entre cuento y realidad, entre subconsciente y escenario, nos devuelve al protagonista con camisa de cuadros y ojos claros del principio que reproduce el mismo recorrido y  nos resuena la historia desde otro plano, “un paso, diez, cien, mil,…despacito”. Unas zapatillas de abuelo. Se las pone. Un final apoteósico que cierra la cuadratura del círculo. Oscuridad absoluta.

Una caja se abre.

Una caja donde resplandece la luz interior.

Una caja que se apaga al soplar las velas.

Feliz cumpleaños, Tracalet o Tracaleta.

(Porque bien podría haber sido Tracaleta o Teresito, un lenguaje sin especificar género ni roles para dar amplitud a nuestra mirada y un soplo de aire nuevo, necesario).

Nuestros ojos son tremendamente expresivos, no importa la mascarilla que llevamos puesta. Quizá, pueda servirnos para acoger todas esas lágrimas que brotan de nuestros vidriosos ojos al sentirnos afortunadas y conectadas con esa niña interior, y con esa niña de tres butacas a la derecha, que disfruta de todo lo sucedido y pide más; conectadas con el público, el autor, el texto. Una obra cargada de simbología, de puertas y puntas de iceberg constantes. Gracias por permitirnos seguir soñando. Esta obra hace honor a todos los premios que puedan dársele: Premio Max 2020 en la categoría de Mejor Espectáculo Infantil; Premio al Mejor espectáculo de Pequeño Formato en FETEN de 2019; El Drac d’Or 2019 de la Fira de Titelles de Lleida a la Mejor Escenografía y el premio del Público Profesional del Festival Arlekin de Omsk (Rusia). Fabulosa.

Por Lorena Cámara

DATOS TÉCNICOS

Género: Teatro de objetos

Lugar: Sala El Mirlo Blanco – Titerescena

Fecha: Sábado 14 noviembre 13:00 h

Edad: Recomendado para niños y niñas a partir de 3 años y público familiar

Compañía: Compañía Tian Gombau – L’Home Dibuixat (Comunidad Valenciana)

Creación: Jordi Palet / Tian Gombau

Dramaturgia y dirección: Jordi Palet I Puig

Actor y manipulador: Tian Gombau

Escenografía y objetos: ISA SOTO

Música: Oscar Roig

Grabación: Temps Record

Músicos grabación: Olvido Lanza, Benet Palet y Pep Pascual

Iluminación: Xavi Prieto

Vestuario: Hernán Martínez

Video: Xavi Manzanet

Fotografía: Alvar Buch

Producción: Tian Gombau

Ayudante de producción / distribución: Mélanie Lefebvre

Tema “Bujaraloz by night” de Carles Santos.

Teaser: https://youtu.be/wqzZJF7HIwY