Por Araceli Hernández

«Cuando entran aquí sus cabezas comienzan a volar.» Beatriz de Torres

4 de septiembre del 2020

Tras unos meses de tedioso confinamiento, ¡por fin!, volvemos al fascinante auditorio versátil de Espacio Abierto Quinta de los Molinos en el que nos recibe una misteriosa y delicada intérprete. Aparece envuelta en una impresionante montaña de papeles arrugados que nos traen a la mente esas horas perdidas esperando la inspiración.  Parece frustrada, con el lápiz en la mano, pero sin que terminen de cuajar esas maravillosas ideas que anhelamos por encima de todo para que esa superficie inmaculada, rectangular, que nos devuelve con fiereza o sarcasmo esa blancura infértil que no hemos sido capaces de rellenar con éxito, deje por fin de sumarse al escarpado cerro de papeles desechados.

Fotografía de Kasia Chmura-Cegielkowska

¿Qué puede significar un trozo de papel arrugado y lanzado al montón de la “basura”? Un poco de celulosa en la que hemos invertido algo de tiempo pasado, en ocasiones con un profundo tesón y, finalmente, convertida en una forma semiesférica desechada, sin importancia, desmerecedora de atención. En Niyar, esos papeles “en sucio” como los llamaba mi madre cuando le solicitábamos una hoja ya fuese para dibujar cualquier nadería, para hacer una suma rápida o para apuntar la lista de la compra, papeles que andaban por toda la casa pero nunca se encontraban en el lugar pertinente, el lugar en el que hubieran sido de imperiosa necesidad, se revisten de un nuevo significado o, en palabras de la creadora e intérprete, Maayan Iungman, se convierten en un “regalo de fantasía”.

Tras esos primeros instantes de frustración en los que la artista descarta enojada un par de pliegos, de pronto, comienza la magia y los puñados de papel desechado cobran vida y empiezan a interactuar con la actriz y entre sí. En este momento surgió un franco y espontáneo “oooh” por parte de los pequeños espectadores (y mayores también). Y no era para menos:  del oscuro fondo germinaban vibrantes y sorprendentes formas orgánicas, sobre la mesa comenzaron a erigirse simpáticos y expresivos personajes, y una copa de vino a medio terminar sirvió sagazmente para proporcionar un brillante toque de color a todo el mágico conjunto de seres animados que iban conformándose ante nuestros perplejos ojos.

Fotografía de Kasia Chmura-Cegielkowska

La descripción de la cautivadora Maayan Iungman nos parece sumamente apropiada para definir este espectáculo. Niyar, tiene la estructura fantástica y desenfadada de los sueños. Pero no esos sueños agitados y nerviosos de los días laborales, sino los mansos y radiantes sueños de esas eternas noches de verano, despreocupados y esponjosos, en los que lo concreto y lo acuciante no tiene cabida. Niyar es tan ligera y volátil como las propias hojas de papel mediante las que se construye incluso en su concepción, puesto que no se aferra siquiera a la sólida base de un relato. Por eso podemos hablar de “significado” sin cercarlo en ningún concepto concreto. El espectáculo sigue la coherencia, una vez más, de los sueños, extraños si se analizan a la lúcida luz del día, fuera de esa pacífica sensación de dejarse llevar y de afrontar lo que ocurre abandonando las férreas trabas de lo lógico o lo físico.

Así, lo que va aconteciendo cobra una magia especial puesto que cada espectador es libre de interpretar lo que sucede bajo sus propias premisas sin que ello le reste un ápice de esa fuerza evocadora y delicada que se va desgranando en escena.  No importa el relato ni precisamos de una estructura secuencial y cronológica con su nudo y desenlace para poder seguir la historia. Porque la historia, abierta, imprecisa, incluso deslavazada si se quiere, es fantasía pura. Es un valiente y firme alegato que nos invita a disfrutar de la profunda belleza que transpira a través de su espectacular diseño y de la poesía efímera de los gestos cotidianos y universales con los que construye sus personajes. Niyar despliega un sin fin de encantos para alejar al espectador de nuestro mundo concreto y circunspecto y transportarlo a su fascinante y portentoso universo de papel. De alguna manera, la ausencia de un relato cerrado y lineal dota de una coherencia circular al espectáculo: empezábamos con esos papeles desechados, esas ideas que no terminaban de cuajar, esas palabras que huían de la inspiración, y terminamos con toda una procesión de formas, luces, sombras y emociones en carne viva que recogerían, en su impreciso devenir, una amplia muestra de lo que es capaz la mente humana cuando se enfrenta al arduo oficio de crear.

Fotografía de Kasia Chmura-Cegielkowska

En esta historia de papel se entremezclan el mundo de los títeres, el teatro de objetos y el teatro visual para construir un relato abierto, mágico, sensible y muy humano pese a estar poblado por personajes sin rostros ni nombres. Personajes que van cobrando un sentido diferente para cada espectador y que, sin palabras ni guion, consiguen provocar sensaciones muy complejas. Porque quizás de eso trata Niyar, de las infinitas posibilidades que puede tener una historia fabricada con un material tan extraordinario como es el papel, de dejarnos encantar por su ilimitada capacidad para transformarse, de arrojarnos sin ambages a ese mundo de fantasía en el que cualquier forma arrugada y confusa puede de pronto cobrar vida.  En definitiva, recuperamos, para concluir, la sentencia con la que iniciábamos esta crítica de la directora de este audaz espacio que apuesta exitosamente por programar espectáculos de una calidad apabullante, tratando al pequeño espectador con el respeto que merece: cuando entramos en el auditorio del Espacio Abierto Quinta de los Molinos, inevitable y maravillosamente, nuestras cabezas comienzan a volar. 

Por Araceli Hernández

Fotografía de Kasia Chmura-Cegielkowska

DATOS TÉCNICOS:

Edad: a partir de 5 años

Creación e interpretación: Maayan Iungman 

Segundo titiritero y técnico: Philipp Rückriem

Violonchelo: Illay Chester 

Diseño de música y sonido: Thomas Moked 

Diseño de iluminación: Anna Lienert 

Soporte técnico: Nir Ladany 

Traje (vestuario): Chantal Kirch 

Diseño del mecanismo: Tal Iungman y Ariane Bothe 

Diseño de construcción: Nimrod Erez 

Asistentes: Karen Davidoff y Ella Iungman