Por María Jara

Nada importa, nada tiene importancia. Para qué hacer nada si nada tiene interés.

Nada es una obra teatral que no se basa en la novela de Carmen Laforet, sino en el texto de Janne Teller y que ahonda (como el de Laforet) en el existencialismo vital que tantas veces siente un adolescente. La compañía que lleva a cabo esta adaptación es Ultramarinos de Lucas.

En una primera investigación observamos que su página de internet ya deja ver los entresijos de la obra: un diálogo en el que los espectadores añaden canciones representativas, envían vínculos sobre las camisetas de moda y aportan sus opiniones, en una obra que se nutre de las críticas y sugerencias y que va desarrollándose con la respuesta del público… Y además, Ultramarinos de Lucas se dedica a niños y adolescentes, pero sin cubrir el currículo oficial. Nada de Lazarillos ni Bodas de Sangre. Estamos ante apuestas tan arriesgadas y novedosas como Harold Pinter o Beckett. Esos otros clásicos a los que una supuesta dificultad los aleja inevitablemente de los jóvenes espectadores.

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 La novela de Janne Teller se publicó en el año 2000 y fue censurada en algunas regiones, criticada por unos, alabada por otros y, finalmente, incluida como lectura educativa. La obra teatral modifica el lenguaje de la novela, pero también los nombres y el salto temporal de esos 18 años.

En el escenario aparece un decorado mínimo: un árbol y unas mesas de instituto. Todo lo demás lo evocarán las palabras, la música o  las luces, como en el caso de la puerta abierta  por Antón, por la que ninguno de sus compañeros sale, aunque la miran con envidia, con asombro y con miedo. Sin embargo, el espacio de esta obra es principalmente interior y no responde a parámetros realistas. El árbol y la nave industrial donde se refugian los chicos acaban siendo un trasunto de los personajes que los habitan.

Antón abre la puerta del instituto y se encarama a la cima de un árbol, donde decide pasar el resto de su existencia haciendo nada, ya que nada de lo que antes hacía tiene sentido. Subido al ciruelo del extremo izquierdo de la escena recibe las preguntas, increpaciones, insultos y -finalmente- piedras de sus compañeros, que no entienden su decisión, y que, en última instancia, ven en ella un ataque a sus forma de vida y a los cimientos de la misma. Sus sueños de futuro y el pegamento social se resquebrajan con la alternativa de Antón, que además no pierde la oportunidad de gritar a todo el que pase por allí el sinsentido de su vida.

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Las chicas y chicos contestan buscando aquello que sí merece la pena, pero no con generalidades huecas (la amistad, las ganas de seguir luchando, la ilusión…), sino entregando aquel elemento y símbolo que da significado a sus vidas. Como ejemplo de alguna de las aportaciones de significado personales tenemos el deslumbrante móvil del despreocupado chaval popular. Y si piensan que la entrega de un móvil es el mayor sacrificio que se le puede pedir a un adolescente, se equivocan. Por lo menos, en el caso de los compañeros de Antón, que pronto entrarán en una espiral de exigencias, violencia y crueldad que terminará creando una grotesca escultura, “el montón de significado”.

A partir de ahí, la obra prosigue explorando cuestiones de gran calado filosófico y social: el mito de la caverna, el existencialismo llevado a la adolescencia, la génesis de la violencia, los límites del arte y de la moral…. Pero lo hace siempre con un lenguaje sencillo, aunque no simple, y que remite a la estrecha relación entre Filosofía y Teatro, ya desde el nacimiento de ambos. Y aunque el lenguaje y la trama son depuradas y no aportan ninguna complicación extra, nos encontramos ante una obra exigente y dura. Ni las acciones ni las relaciones de los personajes están mínimante suavizadas. La respuesta de jóvenes y adultos al desafío de Antón nos muestra una sociedad y una naturaleza humana sumamente descarnada y cruel.

El reparto se dirigirá al auditorio al principio y al final de la obra. En su primera intervención introducen muy brevemente la obra y nos hablan como los actores, ya mayores van a representar unos chavales, para contarnos una historia suya. Además, cada uno de los actores representará a varios personajes, a excepción de Antón, que permanece en el árbol. La diferenciación se realiza mediante pequeños elementos del vestuario y por la introducción de otros actores, que hablan directamente con el público. La actuación, sin embargo, no es completamente homogénea, y eso puede crear cierta desconexión. Por un lado tenemos la presencia casi hierática de Antón (Jorge Padín) -como una esfinge que es el enigma que definirá al resto de los personajes-, la actuación de Marta Hurtado, que representa a todos los personajes femeninos con un esmerado trabajo para individualizaros como adolescentes, y el trabajo de Juan Bernal y Juan Monedero, más centrado en las emociones que en la mímesis de las formas propias de la adolescencia. Y aunque toda la creación de los personajes nos parece magnífica (y destacamos especialmente la de Marta Hurtado), y la dirección o el compromiso de todo el equipo logra hacernos ver un universo coherente y propio, pensamos que haber optado por un tipo de actuación unitaria habría redondeado el resultado.

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El otro momento en el que el elenco habla directamente con el público es al final de la obra, en el que se abre un debate. En esta representación el público era mayoritariamente adulto, pero puedo imaginar bien que el diálogo con adolescentes es un colofón de lujo para la obra. A Ultramarinos de Lucas se le notan las tablas a la hora de escuchar a los jóvenes espectadores,  poner voz a sus inquietudes y tratarlos como un interlocutor válido.

Como dijo la autora de la novela, Janne Teller: “Los adolescentes tienen sobrada capacidad para asimilar nociones que demasiadas veces les escondemos. No se puede, ni se debe, domar la curiosidad”. La adaptación y representación de Ultramarinos de Lucas no es solo una obra para los departamentos de Filosofía y Lengua y Literatura. Es una obra para los adolescentes (sin el imperativo escolar), para los adultos y -sobre todo- para abrir un diálogo entre todos los que desean ir -sin miedo- a donde la curiosidad los lleve.

Por María Jara

DATOS TÉCNICOS

AUTORA: Janne Teller

DRAMATURGIA: Jorge Padín

PRODUCCIÓN: Ultramarinos de Lucas

INTÉRPRETES: Marta Hurtado, Juam Monedero, Juan Berzal, Jorge Padín

DIRECTOR: Jorge Padín

ESPACIO SONORO: Elena Aranoa Nacho Ugarte

ESCENOGRAFÍA: Juam Monedero

ATREZZO: David Azpurgua

VESTUARIO: Izaskun Fernández

ILUMINACIÓN: Juan Berzal

 

A partir de 14 años

 

Duración: 75 minutos más 15 minutos de coloquio.